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Escenas de política en Carboneras marca ACME

SAVONAROLA

22·02·2016

Creo, queridísimos hermanos, que aún no os he hablado de Mark Twain ni de ‘Pasando fatigas’, la novela en que contó el viaje que emprendió en 1858 desde San Luis, en Missouri, hasta Virginia City, por entonces capital de Nevada, para acompañar a su hermano, que había encontrado trabajo como secretario del nuevo gobernador.

Twain, hijos míos, tenía previsto emplear tres meses en recorrer los 3.000 km que había que hacer en diligencia. lo normal en esos tiempos era hacerlo en 22 días. Hoy se tarda escasamente un día en tren o por la ruta 70, pero el entonces joven Mark necesitó 7 años de tribulaciones en atravesar un desierto adornado por aborígenes ahorcados en los escasos árboles que encontraba a su paso. 

Contó sus peripecias con el humor que solía. Era la América en construcción y cruzó estados que aún no formaban parte de los unidos, como Utah, una reserva de indios y de bandidos. En plena fiebre del oro contaba con desparpajo una estafa que ya se conocía y empleaba en la Sierra Almagrera de la calentura de la plata, epidemia que, partiendo del Jaroso, contaminó a todo este viejo continente. 

Se trataba de algo tan simple como hacerse con algunas piedras compuestas en buena parte de menas auríferas, o argentíferas en la versión cuevana. Con esas muestras, el listo de turno acudía hasta alguna entidad certificadora que le extendía un informe que certificaba la cantidad estimada de metal precioso que había en cada tonelada métrica de tierra. Ese certificado y la escritura de concesión minera bastaban para emitir a tutiplén acciones de una compañía cuyo valor real no superaba al del papel de la acción al peso. 

Pero lo que más nos importa ahora sobre esa novela del gran Mark Twain es que precisamente ahí cuenta la sorpresa que experimentó al constatar en pleno desierto de Utah que los coyotes hambrientos eran capaces de alcanzar y cazar unos pájaros velocísimos llamados geococcyx californianus, pero más conocidos como correcaminos. 

Ahí, mis muy amados discípulos, el Espíritu del Señor iluminó a un dibujante llamado Chuck Jones que trabajaba para los hermanos Warner, más conocidos como Warner Brothers, y comenzó a producir una serie de cortometrajes de animación protagonizados por un veloz correcaminos y un hambriento coyote, técnicamente canis latrans, que, a pesar de sus numerosas e ingeniosas tentativas, nunca consigue atrapar ni merendarse al pájaro. 

Pero, muy al contrario, todas sus elaboradas tácticas terminan por perjudicarlo a él, convertido en la exageradísima violencia que usa, siempre pertrechado por todo tipo de armamento, trampas y herramientas de la marca ACME. 

Mientras tanto, el Correcaminos siempre escapa entonando un característico ‘bip-bip’ y alterando los nervios del Coyote que acaba, una y otra vez, aplastado por sus propias trampas, que fallan al paso del ave, pero que sí funcionan en contra de sí mismo. 

Memorables son sus caídas a insondables abismos a los que debía caer la pieza que ansía cazar, los yunques que preparaba para aplastar al ave veloz y que acaban cayéndole desde alturas inusitadas... Toda una serie de gags basados, principalmente, en las leyes de la física de los dibujos animados, que llegaban, incluso, a despertar cierta empatía por el tan malvado como desafortunado carroñero, que una y una vez terminaba sus aviesas y ruines trampas y argucias aplastado, masacrado, reventado, mutilado, quemado o en el fondo de un barranco pero, sobre todo, burlado, humillado y ofendido, hasta el punto que, desde una rabia inicial, lo que acaba es dando lástima. 

La acción se desarrolla en un desierto ficticio. El suelo amarillo y el cielo azul y extremadamente luminoso podría recordar al de Utah, al del Sáhara o al de Tabernas, pero también, por qué no, al que nos conduce hasta Carboneras. 

Y no parecen ser el suelo y el cielo, amados míos, lo que me cabe asociar ese desierto dibujado en technicolor del tantas veces filmado territorio carbonero. 

Tampoco ve este anciano y cansado fraile la estilizada figura del Correcaminos semejante a la ancha y más bien chata que calza el alcalde Hernández, pero sí que atisba una asociación, tal vez evocada por el perro de Pavlov, entre el hambre canina y carroñera y las artimañas y enredos que el Coyote gasta y las que derrocha una oposición que, si bien no es de América, sí que es amerigana. 

No diré yo, Dios me libre, que el Amérigo del desierto carbonero, sobrino de aquél que retornara de las frondosas y exuberantes selvas del Brasil, ande por los pasillos de ACME en busca de yunques y cartuchos de dinamita en buen estado y mejores precios. No, que éste no tiene ni un pelo de tonto, pero no en Media Markt, sino en la Fiscalía de Huércal Overa ha encontrado su ACME particular. Y nuestro peculiar coyote no ceja en su empeño y afán por dar caza al correcaminos ancho y chato de Carboneras. 

Ha dado muestras de sobrado ingenio a la hora de tejer sus trampas. Como dijo Jardiel, ya no existen junglas suficientemente inextricables, mares convenientemente procelosos ni desiertos asaz inhóspitos en los que pueda correrse aventura alguna, así que la persecución del predador carroñero se disputa en la prensa y los juzgados escenarios ambos ahítos y atiborrados peligros, riesgos y amenazas de toda índole. 

Precisamente esos fueron, hijos míos, los contextos elegidos por nuestro hábil y lábil coyote amerigano. 

Así, aún se recuerda en Carboneras a Venancio, ese obrero laborioso, digno e infatigable que a sus 109 años renunciara a vender su voto por un puesto de soldador en la térmica. Ya se sabe que los años sueldan mejor que el estaño, historia del tal Venancio que acabó con los socialistas de Carboneras burlados y corridos en todos los mentideros de la Villa. 

O del donoso e increíble episodio de la denuncia interpuesta por el portavoz de la oposición por unas informaciones que dice que el regidor le niega cuando él se niega a recogerla. 

Tampoco fue baladí aquél público y notorio rasgar de vestiduras por unos presuntos exabruptos machistas que el video del pleno demostró que no profirió el correcaminos chato. 

Y, para guinda del pastel, la penúltima, que alguna vendrá después, es la de concurrir al Ayuntamiento con una notaria que acaba por levantar acta de que en el Consistorio se actúa de acuerdo a la legalidad. 

Pues, visto lo visto, y a pesar de tan intrincadas y malvadas estrategias y añagazas, los socialistas carboneros, Amérigo y sus compinches, de tan aplastados y quemados, acaban suscitando lástima. Y la pregunta que sigue, siendo el PSOE una institución tan grande, ¿es que no hay nadie más ahí? En tanto que exista respuesta, por mi parte, queridos hermanos, voy a aprovechar para ir al baño, hacer mis necesidades y aún saciar el apetito y la sed, que no quiero que el próximo capítulo del Coyote y el Correcaminos me pille comiendo o cagando. Vale.

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