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De jefe a jefe y de Segundo a Segundón

SAVONAROLA

12·12·2016

Ya sabéis, hermanos, que entre bueyes no hay cornadas y que los doce pares de Francia fueron, según el Cantar de Roldán, todos caballeros sobrinos de Carlomagno e iguales entre sí en nobleza, la máxima posible de antaño. 

Que la lluvia en Sevilla es una maravilla, harto sabido es. Que la ciudad hispalense tiene un color especial, incluso en las horas nocturnas, también.

Además, al tanto estáis, mis amadísimos discípulos, de que es por excelencia la ciudad mariana; y con esto no os digo que tenga que ver con Rajoy, el presidente de las Españas de hogaño, sino que es la elegida y preferida entre todas, debido a su devoción, por María, la Madre amantísima de Nuestro Señor Jesucristo.

Esa veneración la exhiben los sevillanos en todo momento. Es connatural y cotidiana, pero hay unos días al año, además de otros que brillan mucho más que el sol, en que rebosa las calles, es masiva y el cielo, la tierra y aún el agua de la ciudad se llena de emoción desbordante y amor más o menos sincero por la progenitora del mismísimo Dios verdadero.

Allí la llaman ‘la madrugá’, pero es toda una noche entera en que el fervor es un río caliente de cera, mantillas, peinetas, chaquetas cruzadas y cabellos engrasados en medio de la semana grande de pasión y recuerdo del sacrificio del Hijo del Padre.

En esa vigilia que une el jueves con el viernes santo, la ciudad se divide, como siempre, en dos. Béticos y palanganas, Sevilla y Triana, la Esperanza de ese lado del río y la Macarena, que parece que uno no es uno si no tiene a otro enfrente y no hay más identidad, o mismidad, que dijeran Sartre y Heidegger, si es que no existe enemigo. Y de no haberlo, se le inventa, que para eso estamos.

Sin embargo, mis hijos amados, también está quien se conoce, se reconoce y se alegra de conocerse. Son ésos que tanto se crecen y aún se hinchan, que con frecuencia parecen que son dos. Casi que alcanzando al mismísimo Dios, que ya se sabe que en siendo uno, también es trino.

Pues cuentan, y yo os cuento, que en una de esas ‘madrugás’ sevillanas, cuando desde sus respectivas parroquias circulaban hacia la Catedral que hay pegada a la Giralda las dos vírgenes que antes os dije, llevadas en volandas por fornidos costaleros y escoltadas por miles de hermanos encapuchados, a punto estuvo de liarse la de Dios es Cristo.

Y es que ambos cortejos, bien por un exceso de velocidad en el uno, o por defecto del otro, coincidieron en una cruz de calles camino de la carrera oficial. 

No trascendió si esa confluencia de vías estaba señalizada, ni si existía señalización vertical u horizontal que estableciese preferencia. Tampoco si había stop, semáforo o ceda el paso, pero sí que se vieron frente a frente la cruz de guía de ambas hermandades.

Ya se sabe lo que suele pasar en estos casos. Que si yo he llegado primero. Que si espérate tú que paso. Que si eso que te has creído. Que si nos vemos en la calle. Que si en la calle ya estamos. Y así que los calores subieron y que en menos que canta el gallo los nazarenos andaban a palos atizándose cirio en mano, con los báculos y varales. 

Batalla campal fue aquello. La procesión iba por fuera y las calles de Sevilla parecían las de Alepo o Sarajevo.

Pero como siempre ocurre cuando Dios no media, hubo entonces quien tomó la iniciativa.

Dicen que delante de la Esperanza Macarena en el grupo de autoridades, caminaban juntos, hombro con hombro, el jefe de la Centuria Romana con el Capitán General de la IV Región Militar. Ambos contemplaban atónitos y asombrados el triste espectáculo que ofrecían los hermanos penitentes, cuando el oficial de los armaos, haciendo gala de aplomo, le dijo al mandamás del ejército español en Sevilla: “tendremos que arreglar esto y poner paz usted y yo, los jefes”.

Hace unos días, en la Turre martiniana, cuentan que en comenzando una reunión de la comisión delegada de la Junta de Compensación de Cabrera, uno de los promotores, dicen que el segundo en propiedades y de nombre también Segundo, nada más empezar la sesión, le dijo a Martín Morales: “tú serás alcalde, pero yo soy el presidente de la Junta de Compensación”. Con un par, pues que par también es Segundo.

Mas, mis pacientes hermanos, a diferencia de aquel centurión romano amén de sevillano, más que misión de paz, el excelentísimo presidente de la Junta de Compensación ha tomado a tarea la exaltación de los ánimos, que no la de la Cruz.

Y puesto a crecerse, la emprendió incluso con lo que todo el mundo entendió como amenazas, aunque para alguien como él, bragado y curtido en mil batallas, que de crecerse se ha hecho tan grande tan grande que de Segundo ha llegado a Segundón, no son nada más que advertencias. Bravuconadas las justas, pensaron los que le conocen.

Pero el Segundón, ya sin bridas en la lengua, siguió: “Te vamos a inhabilitar en cuanto salgas del Ayuntamiento, y recuerda que eso te impedirá ejercer como funcionario público y tú eres maestro”.

Que tampoco es para tanto retar a privar del sustento a un padre de familia porque se empeñe, iluso, en hacer cumplir la ley en una Sierra Cabrera que más parece la Morena del Tempranillo.

En fin, dice una canción que “si me amenazas prometo escaparme y no volvería a hablar. Son tus palabras puñales, que abrirán algo muy dentro de mí. Si os dais prisa encontraréis el desayuno, ya servido está. Ahora bien, si no llegáis agua de lluvia habrá. Escuchadme: siempre recto hay que caminar”.



Sí, hijos míos, siempre recto hay que caminar, por más que algunos prefieran medrar al margen de la ley, y seguir mandando, de igual a igual, con un capitán general o con un alcalde. Vale. 


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