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Del gobierno de los cerdos y otros seres diarreicos e histamínicos

SAVONAROLA

30·12·2015


Amadísimos hermanos, harto ya tenéis buena cuenta del peligro que supone el darle una gorra a un necio. O necia, que hay que especificar en el lenguaje moderno que, dicho sea de paso, de cretinos (y cretinas) es intentar mandar en la lengua de la calle, que es quien normaliza cualquiera y todo idioma 

Creo que alguna vez os he hablado de los riesgos y peligros que, también, trascienden del exceso regular. Ya sabéis que toda conducta se juzga en un continuo donde lo mejor es lo bueno, lo peor malo y lo de enmedio, regular. 

Pues regular, que por definición no es ni bueno ni malo, es lo que hace aquel gobernante cuya acción de gobierno deviene en caos o, lo que es lo mismo, desgobierno y, a partir de ahí, el desgobernante de turno, vomita y caga leyes y decretos de forma compulsiva, cual si fuera o fuese poseído (o poseída) por algún episodio diarreico o histamínico. 

Os recordaré, hermanos (hermanas) míos, lo que ocurrió cuando los animales de la Granja Manor, alentados un día por el viejo "cerdo Mayor", que antes de morir explicó a todos los animales su visión, llevaron a cabo una revolución gracias a la cual consiguieron expulsar al señor Jones y crearon sus propias reglas, que llamaron los Siete Mandamientos, que escribieron en una pared. 


Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo. 

Todo lo que camina sobre cuatro patas, o tenga alas, es amigo. 

Ningún animal usará ropa. 

Ningún animal dormirá en una cama. 

Ningún animal beberá alcohol. 

Ningún animal matará a otro animal. 

Todos los animales son iguales. 


Al principio, la granja, que pasó a llamarse Granja Animal, fue más próspera incluso que cuando el señor Jones la administraba. Sin embargo, con el paso del tiempo los cerdos (cerdas), que se habían autoerigido como líderes por su inteligencia, empezaron a abusar de su poder y manipularon los mandamientos en su favor. 

Dos de estos cerdos, Snowball y Napoleón, se mostraron como los líderes, pero pronto empezaron a mostrar diferencias, que acabaron cuando Napoleón lanzó a los perros contra Snowball y éste se vio obligado a huir de la granja. Así eran las mociones de censura en la todavía denominada Granja Animal. 

A partir de ese momento, Napoleón se erigió como único líder. Los cerdos, y también las cerdas, se constituyeron como una élite dentro de la Granja, y los demás animales se mantuvieron bajo su dictadura, amenazados por los perros. 

Poco a poco los cerdos y cerdas fueron adoptando los defectos del propio hombre por los cuales en su día sustentaron la revolución. Así, se efectuaron ciertos cambios en los Siete Mandamientos, para justificar las medidas que iba adoptando Napoleón y los actos de los cerdos: 


Ningún animal dormirá en una cama con sábanas. 

Ningún animal beberá alcohol en exceso. 

Ningún animal matará a otro animal sin motivo. 


Sucesivamente, todos los Siete Mandamientos irían desapareciendo por orden de Napoleón, y con la complicidad de los demás cerdos. 

Finalmente, los cerdos modificaron también sus conductas. Empezaron a usar las ropas abandonadas por el señor Jones y aprendieron a caminar sólo sobre sus patas traseras, modificando para ello el primero de los Siete Mandamientos (Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo). Después de que un ataque llevado a cabo por los humanos fuese repelido por los perros, los granjeros de los campos vecinos decidieron mantener relaciones amistosas con los animales de la Granja Manor, felicitando a Napoleón por el éxito económico de la finca: los animales dirigidos por Napoleón trabajaban en larguísimas jornadas, alcanzaban elevados niveles de productividad, se contentaban con raciones minúsculas de comida, y jamás se quejaban ante los cerdos. Halagados, Napoleón y los cerdos invitaron a los humanos a almorzar en la granja Manor; los animales de la Granja, sorprendidos, advirtieron que sus compañeros cerdos habían copiado totalmente la conducta y aspecto de los humanos. 

Al final, la dictadura de Napoleón y sus seguidores se consagró de modo absoluto cuando los animales preguntaron al burro Benjamín, uno de los pocos ciudadanos de la Granja que sabía leer, sobre cuál es el único mandamiento que queda escrito. Éste era el séptimo, convenientemente modificado por los cerdos: 


Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros. 


Sí hermanos míos. De haber sido esta historia escrita por don Ramón María del Valle Inclán en lugar de haberlo sido por don George Orwell, tal podría ser un esperpento, como el que tiene a la mora Mojácar en primera línea de publicaciones como El Jueves y otras por el estilo. 

Es de suponer que aquéllos y aquéllas que pugnan por dirigir un pueblo lo hacen amparados en un plan previo para optimizar sus recursos, mas cuando el único propósito es el de asegurarse el sustento que, en demasiadas ocasiones, no se alcanza fuera de la cosa pública, suele ocurrir que las cosas campan a sus anchas y, cuando se quieren reconducir, difícilmente se puede. Y, peor aún, cuando, además, no se sabe. 

Entonces, al desgobernante, o desgobernanta, le da la diarrea por decretar y regular tirando a mal. 

En el caso que nos ocupa, la última modificación de la regulación de la convivencia en Mojácar, en lugar de sancionar el resultado de conductas incívicas y vándalas, cae en el consabido error de prohibir casi hasta respirar. 

Que para evitar que el mal uso de una bicicleta pueda causar daños se recurra a proscribir su uso, o la más llamativa de no permitir el tránsito en bañador en verano en un pueblo que vive del turismo de sol y playa es lo más parecido a la acción de un pollo sin cabeza o, lo que viene a ser lo mismo, a regular tirando a más allá del mal, que diría nuestro amigo Nietzsche. 

Mas, ¡ay infelices! ¡Ay mísero de mí!, pero más míseros aún los hermanos de otras órdenes mendicantes, pues la observanza de su regla ha sido prohibida, también, por la pía arpía. No ando yo muy seguro que prohibir la mendicidad sea forma eficaz de acabar con los mendigos, como combatir la pobreza no se consigue matando pobres. 

¿Y qué me decís de que no se pueda ejercer la venta de ‘toallitas’ o la limpieza de la luna del parabrisas a cambio de una moneda en el único semáforo del pueblo? ¿Ha visto alguien alguna vez a nadie dedicándose a ese menester? ¿Significa tal prohibición que sí se podrá vender en stops e intersecciones con ceda el paso? 

Ya se prohibió jugar al dominó, pero aún nos es permitido pincharnos heroína o esnifar farlopa, dos de las pocas acciones aún no vetadas en Mojácar. Que Dios os guarde de Rosmari, hermanos míos, que del diablo ya os guardáis vosotros solos. 

Vale. 

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