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País cainita

JOSE MARIA MARTINEZ DE HARO

27·01·2016


TRAS LARGOS AÑOS y siglos de evolución, España es el único país de Europa donde se mantiene intacta toda la capacidad cainita y destructora. Puede que ocurra así en otro país del mundo pero, de ser cierto, ese país pertenecería a un continente y a una cultura donde la civilización no ha logrado penetrar. 

Tras largo recorrido por la vida, ya nada me causa asombro. Menos aún la actitud de estos nuevos profetas ungidos por el toque de todos los salvadores que en España ha habido. Y ha habido muchos. Pobres diletantes que utilizan la zozobra ajena para ofrecer el pan y la miel que correrán en abundantes ríos hasta donde los oprimidos sólo ven oscuridad y hambruna. ¡Maldita derecha! gritan a coro, señalando a todos los españoles que desde Viriato han recorrido este agrietado solar hispano mirando al sol de la esperanza. Y en ese grito ancestral encuentran solución a tan graves y grandes problemas que nos aquejan. Poco importa que ya hayamos conocido vendedores de espuma fracasados. Que el populismo vuelva rampante a morder su tajada. Lo que parece importar es que esta alianza de rencor y revancha encuentre el modo de joder todo lo que huela a normalidad, a convivencia, a sonrisa, a civismo y reconciliación. Hemos pasado largos siglos en el proceso de reconciliación y aún no hemos logrado hacerlo realidad. Desde las guerras borbónicas y austracistas a comienzos del siglo XVIII, para después matarnos a degüello en aquéllas otras interminables guerras del siglo XIX entre isabelinos y carlitas y entrar en pleno siglo XX en la sangría fraticida de 1936. La verdad, hay algunos de cierta edad que ya estamos cansados. Muy cansados de repetir cada cuarenta años el toque a rebato de las trompetas de la revancha y el ajuste de cuentas a mansalva. De abrir nuevas brechas agrandando las viejas heridas. Abriéndolas con sal y vinagre, para que duelan más. 

No sé si merece la pena intentar comprender este país. Uno ha viajado a lo largo y ancho del mundo. Y ha encontrado otros países donde ha sido posible restañar las heridas, las guerras, las derrotas, los fracasos, todo aquello que hace inviable la pacífica convivencia y la alegría de vivir. No, no es verdad que se trate ahora de una actitud democrática. Menos aún que trate de recuperar la dignidad de nada ni de nadie. Se trata simplemente de evacuar las letrinas del odio y volcarlas sobre la mitad aproximada de españoles de toda edad y condición por la sencilla razón de querer mantener cierta capacidad de elección. Por ser fieles a unas creencias, a una forma de vida y a un entendimiento de la política que no se encuadra en el hermetismo feroz de una ideología excluyente. Me apena dejar este panorama a mis hijos y nietos. Esta no es la España que un día no muy lejano realizó un esfuerzo titánico para avanzar hacia las anchas avenidas de la concordia. Sin miedos, sin cuentas pendientes que saldar. Al parecer, aún quedan pendientes las cuentas de hace ochenta años. Porque no se olvida, porque no se perdona, porque no hay atisbo de reconciliación para cierta ideología que se mantiene viva con el motor de un memoria selectiva en sus entrañas. 

Sólo así se comprende este escenario. Sólo así se escuchan los susurros que presagian otra etapa de inestabilidad y de congojas. Porque no hay la más mínima señal de que en España sea posible lo que en otros países es totalmente normal. La miopía, la estupidez y arrogancia de la derecha. La intransigencia, el sectarismo y oportunismo de la izquierda moderada y las ansias devoradoras de la otra izquierda revolucionaria y populista, no dan para más. Y así, en este momento crucial de Europa y del mundo, España ofrece esta fragmentación desde posiciones irreconciliables, tal como ha certificado el Secretario General del PSOE desoyendo voces muy expertas de su propio partido que le alertan de los peligros de su actitud, para el PSOE y para España. Tampoco cabe esperar algo del otro bloque de extrema izquierda cuyo objetivo anunciado es liquidar la España constitucional de 1978 y el sistema político que surgió de la transición. Las demás fuerzas políticas ensimismadas en su ineptitud no alcanzan suficientes escaños para lograr la mínima estabilidad de gobierno. 

Otra vez al borde del mismo precipicio donde se estrellaron muchas ilusiones de generaciones de españoles que vivieron la amargura del fracaso colectivo. Somos expertos en esos fracasos. Y cuando alguna vez logramos encontrar el camino adecuado para salir adelante, surgen como ahora mismo, los viejos demonios de nuestra Historia que siguen vivos a pesar de siglos de tormento. 

En fin, que estamos condenados a un retroceso. Estamos llamados a enterrar la belleza que supuso creernos hermanados por algún vínculo más allá de las ideologías. Estamos llamados a cerrar en una caja de plomo las horas, los días y los años de felicidad que los españoles logramos por alguna especie de encantamiento, cuando los viejos demonios dormían en la oscuridad de sus grutas. 

Pero han despertado y vienen a agriar nuestra leche y a desertizar los sueños. Algunos habrán de lamentar tanta quimera. 

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