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De los trabajos de Heracles y nuestros ríos de mierda

SAVONAROLA

05·09·2016

Mis queridos hermanos, ahora que han concluido los Juegos Olímpicos por este año, os voy a contar cuál fue su origen y cómo empezaron, pues por mucho que las legiones de ateos y descreídos sostengan lo contrario, vuestra fe, que es también la mía, sabe que hubo un principio de todo, que fue el Verbo, que el Verbo era Dios, que todas las cosas fueron hechas por Él y que sin Él nada de lo que es hecho lo fue, pues eso nos dijo Juan y nosotros lo creemos. 


Sin Él, amados míos, o sin alguno de los hijos de Él, pues he de deciros que las Olimpiadas fueron instauradas por uno de los hijos de Dios, cuando Dios era conocido por el nombre de Zeus, para celebrar su victoria sobre Augías, el rey de Elis, en el Peloponeso. 

El tal que os digo no era otro sino Heracles, 2.700 años antes de subir al escudo de Andalucía en compañía de los leones de Nemea. Los romanos le llamaron Hércules. 

Si hemos de creer a Hesíodo, el rey de Argos, Euristeo, le había encargado diez trabajos que luego vinieron a ser una docena. El quinto de los cuales consistía en limpiar de excrementos los establos del mencionado Augías. 

Por voluntad de los dioses, el ganado de Augías no sufría de enfermedades, por lo que logró poseer el mayor rebaño de todo el país. Doce toros que le había regalado su padre, el mismísimo Helios, defendían al resto de la manada, asegurando que el ganado tampoco sufriera bajas por las fieras de los alrededores. Además, era conocido que sus establos nunca habían sido limpiados hasta que lo hizo Heracles en un solo día. 

Euristeo le había encargado esta extraña misión con el fin de humillarle y ridiculizarle, pues tal era la cantidad de excrementos acumulados en los establos, que resultaba prácticamente imposible limpiarlos en un solo día. Así, el gran Heracles, vencedor de terribles monstruos y hazañas heroicas, caería humillado ante una tarea tan denigrante. Pero el astuto héroe cumplió su trabajo abriendo un canal que atravesaba los establos y desviando por él el cauce de los ríos Alfeo y Peneo, que arrastraron toda la suciedad. 

Augías montó entonces en cólera, pues había prometido a Heracles regalarle una parte de su ganado si realizaba la misión en un sólo día, y se negó a cumplir su promesa alegando que el trabajo lo habían realizado los ríos. Cuando el testimonio de su hijo Fileo convenció a los jueces para que le dieran la razón a Heracles, Augías le desterró del reino. Euristeo, por su parte, tampoco consideró el trabajo como uno de los diez, ya que Heracles había sido contratado por Augías. 

Entonces Heracles abandonó Élide y buscó alianzas entre los príncipes de toda Grecia para atacar a Augías, sin embargo fue derrotado por los moliones, que mataron a su hermano Ificles. Los corintios, aliados de Heracles, firmaron una tregua ante las numerosas bajas que el ejército de Augías estaba provocando. 

Tres años más tarde, nuestro héroe aprovechó que los eleos estaban celebrando un festival en honor a Poseidón para tender una emboscada en la que mató a los moliones y a Éurito, otro hijo de Augías, dejándole así sin sus mejores generales. Posteriormente Heracles volvió a reclutar otro ejército entre las ciudades del Peloponeso y con él saqueó la Élide y mató a Augías, poniendo al desterrado Fileo en el trono de su padre. Para celebrar la victoria, Heracles instauró los famosos juegos olímpicos. 

Lo que no precisó Hesíodo fue en dónde acabaron las deyecciones que inundaban los establos del mencionado Augías, aunque sí sabemos en dónde lo hacen las deposiciones de buena parte de los ciudadanos del Levante almeriense. 

Y es que, amadísimos hermanos, si astuto fue el Heracles de antaño, no le va a la zaga en sagacidad el de hogaño, pues si aquél desvió los cauces del Alfeo y el Peneo, éste otro conduce auténticos ríos de mierda desde los pueblos del Levante hasta las playas ribereñas sin necesidad de que nadie se lo ordene, pues si por algo se caracteriza la acción medioambiental de la Junta de Andalucía, es precisamente por la falta de ella. 

Aquí, como dijera el poeta, todo pasa y todo queda, y tal parece que lo nuestro es pasar de todo y tragar carros y carretas preñadas de heces y deposiciones, y por eso, mis más dilectos discípulos, este anciano fraile se afana en mantener viva la memoria de la historia. 

Os recordaré que hace muy poco más de un año que las playas de Villaricos, Palomares y una parte de las de Vera hubieron de ser cerradas al baño por la invasión de unas microalgas y hoy aún no sabemos por qué ocurrió todo eso, ni la administración da respuesta satisfactoria a los interrogantes. Ya sabéis que sin conocer las causas nunca habrá soluciones a quienes consuelan los males que aquejan a otros. 

Qué os diré sobre la calidad del aire emponzoñado en una comarca sin apenas industria. Aquí sí se conoce el origen de los vertidos. No es tan difícil. Sólo hay tres chimeneas en toda la comarca, pero la delegación de Medio Ambiente mira hacia otro lado mientras nuestra atmósfera más cercana se carga de ozono y partículas en suspensión que nos suspenden a todos. 

Desde antiguo, los navegantes se orientan mirando al norte marcado por la Estrella Polar, sin embargo aquí, en el sur del sur, quienes dirigen el timón hace tiempo que perdieron ese norte y cualquier otro que haber pudiere. 

Para el gobierno de Sevilla, depuración significa cobrar dos euros en cada recibo del agua para unas obras que nunca se hacen y, mientras tanto, usar al Heracles del escudo para llevar toda la mierda de nuestros hogares hasta un mar que habrá que empezar a llamar ‘Mierditerráneo’. 

Nuestro sino es coleccionar oportunidades perdidas. Precisamente ahora, cuando la fatalidad azota paraísos vecinos que han dejado de ser competencia convertidos en infiernos de la noche a la mañana por cerebros disueltos en la más ácida intolerancia, nos convertimos en nuestro principal enemigo invitando a los turistas a bañarse en un cóctel de orín y mierda. Llegará el día en que nos preguntaremos por qué no vienen más, en tanto, vale.

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