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Soldados que limpiaron Palomares sufren cáncer cincuenta años después (II)


Los pasados 19 y 20 de junio, The New York Times dedicaba dos extensos reportajes a las secuelas que el incidente de las bombas de Palomares dejó entre los soldados estadounidenses que participaron en las labores de rescate de los restos y la limpieza parcial de la zona. Aporta además testimonios de primera mano de quienes estuvieron en las tareas de limpieza, en los que se relata el escaso rigor científico con el que se llevó a cabo la operación. 

Por el interés de su contenido y su repercusión internacional, ACTUALIDAD ALMANZORA estima oportuno reproducir íntegramente ambos artículos. A continuación, el segundo de ellos





Cuando tras bañarse frente a Palomares los periodistas preguntaron al embajador estadounidense Biddle Duke –a la derecha- si había detectado alguna contaminación en el agua, respondió riéndose: "Si esto es radiactividad, me encanta".

RAFAEL MINDER / 

Traducción, LENOX NAPIER y MIGUEL ÁNGEL SÁNCHEZ / 27·07·2016 

EL Dr. Lawrence T. Odland, jefe de los análisis por radiación, estaba convencido de que las muestras de orina recogidas a los soldados fueron inadecuadas y logró en 1966 que se pusiera en marcha una "junta de registro permanente de plutonio" para vigilar de por vida a los norteamericanos que estuvieron en Palomares. 

Acabadas las tareas de limpieza, los expertos de la Fuerza Aérea, el Ejército, la Marina, la Administración de Veteranos (ahora Departamento de Asuntos de Veteranos) y la Comisión de Energía Atómica se reunieron para establecer un programa de seguimiento. El general de la Fuerza Aérea al mando dijo que era "esencial" para la salud de los soldados porque proporcionaría "los datos que necesitamos con urgencia". 

De acuerdo a las actas de esta reunión, los organizadores propusieron no notificar a las tropas la exposición a la radiación y silenciar los resultados de las pruebas médicas para evitar preocupaciones y reducir las posibilidades de que los afectados emprendieran acciones legales con éxito. 

El plan era que el personal del Dr. Odland continuara vigilando de cerca la evolución de la salud de los hombres. Pero en cuestión de meses se topó con un muro. "No es capaz ni de obtener el apoyo del Departamento de Defensa para localizar a los soldados ni de configurar un registro de todos ellos, debido a la política gubernamental de perro que duerme no lo despiertes", según puede leerse en una nota de la Comisión de Energía Atómica fechada en 1967. 

La política de perro que duerme no lo despiertes era tanto como dejar solo a Odland porque no estaban de acuerdo con él. El propio Dr. Odland lo reconoció: "Todo el mundo decidió que deberíamos cuidar a estos chicos, hacernos cargo de ellos. Y después, en algún alto despacho, se decidió que era mejor olvidarlo". El experto no sabía quién dio la orden para terminar con el programa, pero apuntó a funcionarios de alto nivel. 

La Fuerza Aérea desmanteló oficialmente el programa en 1968. La mesa "permanente" se había reunido sólo una vez. 

Y LLEGÓ LA ENFERMEDAD 

Poco después de terminar la limpieza, las tropas comenzaron a enfermar. Hombres sanos de entre los 20 y los 30 años empezaron a sufrir dolores en las articulaciones, dolores de cabeza y debilidad. Los médicos diagnosticaron artritis. Un policía militar joven presentaba una inflamación del seno tan aguda, que iba golpeándose la cabeza contra el suelo para distraerse del dolor. Los doctores le dijeron que era alergia. 

Otros varios soldados sufrieron erupciones cutáneas o tumores. En 1967, al aviador Noris N. Paul le salieron unos quistes tan graves, que pasó seis meses en el hospital recibiendo injertos de piel y acabó estéril. "Nadie sabía lo que me pasaba", declaró Paul. 

A un empleado de suministro de comestibles llamado Arthur Kindler, que durante las tareas de búsqueda y limpieza en los campos del tomates de Palomares se impregnó de plutonio, le ordenaron bañarse en el mar y le cambiaron la indumentaria. Cuatro años después, tenía cáncer testicular y una infección pulmonar extraña que casi lo mata. En los años siguientes, sufrió hasta tres cánceres linfáticos. 

A sus 74 años, el Sr. Kindler reconoce hoy desde su casa en Tucson que "tardé mucho tiempo hasta que relacioné mis enfermedades con la limpieza de las bombas. Hay que tener en cuenta que nos dijeron que todo era seguro, que éramos jóvenes, que confiábamos en los mandos y en los expertos. ¿Por qué nos iban a mentir?" Hasta dos veces se presentó en el Departamento de Asuntos de Veteranos para pedir ayuda. "Siempre me la negaron y con el tiempo me di por vencido". 

CONTROLES DESDE ESPAÑA 

Estados Unidos se comprometió a pagar un seguimiento médico a largo plazo a los vecinos de Palomares, pero durante décadas sólo desembolsó un 15 por ciento de la financiación. El gobierno de España pagó el resto. Lo corrobora un resumen desclasificado del Departamento de Energía. Estaciones que analizaban el aire se rompieron y nunca se repararon y el resto eran viejas y poco fiables. A principios de la década los 70, un científico de la Comisión de Energía Atómica aclaró que el ‘equipo de vigilancia sobre el terreno español’ consistía en un único estudiante graduado. 

Los informes sobre dos niños que murieron de leucemia durante ese tiempo fueron investigados. El científico español que dirigía el seguimiento de la población dijo en 1976 a sus homólogos estadounidenses que, a la luz de los casos de leucemia, Palomares necesitaba "algún tipo de vigilancia médica de la población para analizar las enfermedades o muertes". Ninguna decisión se tomó al respecto. 

A finales de 1990, después de años de presión española, los Estados Unidos aceptaron aumentar los fondos. Nuevos estudios en Palomares encontraron una extensa contaminación que no se había detectado anteriormente, incluyendo zonas donde la radiación era 20 veces superior al nivel admisible. En 2004, España cercó las tierras más contaminadas, aquéllas situadas cerca de los cráteres de las bombas. Desde entonces, el gobierno español ha instado a los Estados Unidos a que acabe la limpieza. 

Debido a la falta de controles, el efecto sobre la salud pública está lejos aclararse. Un modesto estudio sobre la mortalidad realizado en 2005 –en realidad fue en los 80- concluyó que las tasas de cáncer habían subido en el pueblo en comparación con otros núcleos similares en la comarca, pero el autor, el médico de cabecera Pedro Antonio Martínez Pinilla, advirtió que los resultados podrían deberse a un error aleatorio, e instó a realizar más estudios . 

En ese momento, un científico del Departamento de Energía de los Estados Unidos, Terry Hamilton, propuso hacer otro análisis de la situación, teniendo en cuenta que los monitores o presentaban averías o no eran fiables. "Estaba claro que las consecuencias del plutonio en el cuerpo humano no fueron tenidas en cuenta", dijo en una entrevista. El Departamento no aprobó su solicitud. 

Los funcionarios españoles dicen que los temores pueden ser exagerados. Yolanda Benito, que dirige el Departamento de Medio Ambiente del Ciemat, la agencia nuclear de España, señaló que los controles médicos no han mostrado ningún aumento de los cánceres en Palomares. "Desde un punto de vista científico, no hay nada que nos permita trazar una relación entre los casos de cáncer en la población local y el accidente". 

Se calcula que una quinta parte del plutonio que se propagó en 1966 todavía contamina el área. Después de años de presión, los Estados Unidos accedieron en 2015 a terminar de limpiar Palomares, pero no existe un plan o calendario aprobado. 

“VOY A DECIR LO QUE TENGO QUE DECIR” 

Recientemente, en una mañana lluviosa, Nolan A. Watson, profesor de ciencias jubilado en Buckhead, Georgia, entró cojeando, ayudado por su esposa, a un centro médico para veteranos en Atlanta; su mano temblorosa sobre un bastón era incapaz de darle estabilidad. 

Cuando contaba con 22 años fue guía de perros en el ejército. El día después de la explosión, el Sr. Watson durmió en el suelo, a pocos metros de distancia de uno de los cráteres de las bombas. Un año más tarde, empezó a sufrir terribles dolores de cabeza y sus caderas estaban tan rígidas que apenas podía caminar. Pidió ayuda al Departamento de Asuntos de Veteranos, pero no obtuvo respuesta. Desde hace años sufre fuertes dolores en las articulaciones, cálculos renales y cáncer de piel. En 2002 se le diagnosticó un cáncer de riñón y hubo que extirpárselo. En 2010, otro cáncer atacó a su riñón sano. Un reciente análisis de sangre ha detectado que padece leucemia. "Creo que aquella operación militar arruinó mi vida. Yo era joven, estaba en buena forma, pero desde ese día no he dejado de tener problemas de salud". 

El Sr. Watson, ahora con 73 años, había presentado tiempo atrás una reclamación ante la Agencia de Veteranos, que se la denegó. Él decidió recurrir pero otros excompañeros de Palomares le advirtieron que era una pérdida de tiempo. Sólo conocían a un soldado con daños por radiación que había tenido éxito. La respuesta favorable de la administración norteamericana tardó 10 años en llegar, para entonces estaba postrado en una cama con cáncer de estómago. Pero el señor Watson quiso acercarse a aquel centro médico de Atlanta para contar su experiencia con el plutonio. Mientras aguardaba en la sala de espera, su nariz empezó a sangrar. 

Años después de que su primera reclamación fuese denegada, la esposa del Sr. Watson comenzó a buscar viejos documentos del gobierno con la esperanza de encontrar alguna prueba que demostrara que la Fuerza Aérea estaba encubriendo lo de Palomares. Tal vez, pensó, podría descubrir evidencias que obligaran a las autoridades a revisar los informes oficiales. 

La mujer presentó documentos fechados 40 años atrás que confirmaban la existencia de altos niveles de radiación en Palomares y acreditaban las pobres medidas de seguridad que se aplicaron a los soldados. Pero su descubrimiento más sorprendente fue un estudio de la Fuerza Aérea de 2001, en el que se volvían a evaluar los efectos de la contaminación en los veteranos. El documento determinaba que las pruebas de orina que se realizaron eran tan defectuosas que "no resultaban útiles" y que la Fuerza Aérea debía volver a examinar a los hombres que se expusieron a los efectos del plutonio. 

La señora Watson también conoció que tras los acontecimientos de 1966, nunca más se realizaron exámenes a los hombres, lo que la animó a llamar al Servicio Médico de la Fuerza Aérea para preguntar el porqué. Como no pudo obtener una contestación clara, se dirigió a su representante en el Congreso, el republicano Paul Brown –por el Estado de Georgia- con la finalidad de que éste mandara una carta a la Fuerza Aérea. Como Brown tampoco consiguió respuestas, el congresista presentó un iniciativa en la Cámara que fue aprobada en 2013, requiriendo a la Fuerza Aérea a que se manifestase ante el Congreso. 

En 2013, la Fuerza Aérea tuvo que acceder al requerimiento legal de la Comisión de Servicios Armados del Congreso. Para desconsuelo de la señora Watson, la petición que ella había hecho respaldada por el congresista Paul Brown, exigiendo nuevos exámenes tanto a los veteranos como a los medios de protección que se les dieron, tal y como se recomendaba en el informe interno de la administración en 2001, la respuesta fue que "no era necesario" porque los restos de los equipos estaban deteriorados y las pruebas de orina originales mostraban que prácticamente ningún soldado había sufrido exposición a la radiación. Esta versión no parecía muy veraz. Al poco, el Servicio Médico de la Fuerza Aérea eliminó de su página web la única copia pública del informe de 2001. "Yo había empezado a pensar que todo era producto de un error, pero me di cuenta que aún estaban tratando de encubrirlo", dijo la señora Watson en una entrevista concedida en su casa. 

El coronel Kirk Phillips, que supervisa el programa de salud de radiación para el Servicio Médico de la Fuerza Aérea, expresó en una entrevista reciente que la Fuerza Aérea ha hecho todo lo posible para atender correctamente a los veteranos de Palomares. Y añadió que el informe de 2001 se retiró de la web porque podía resultar confuso y generar falsas expectativas en los afectados. "Tenemos un gran número de veteranos que creemos que no fueron expuestos a la radiación", dijo. 

El coronel Kirk Phillips precisó más: Los niveles de radiación en Palomares eran bajos y los hombres llevaban equipos de seguridad. Un nuevo examen con técnicas modernas podría revelar niveles de contaminación aún más inferiores, lo que hace menos probable que los veteranos puedan recibir una compensación. "Creemos que volver a examinarlo todo sería un verdadero error. Podría causar dolor a nuestros veteranos, ya que demostraría que la radiación de Palomares fue menor a la que entonces se midió". 

Con el fin de dar a los soldados que reclaman lo que el propio Kirk Phillips llamó "el beneficio de la duda", indicó que la Fuerza Aérea dejó de dar credibilidad en el año 2013 a los resultados de las viejas pruebas de orina y que, "en el peor de los escenarios", las tropas que limpiaron Palomares recibieron una dosis de contaminación similar al que impregnó el aire de la zona. Como mucho, 0,31 rem, dijo, una dosis demasiado baja como para valorar indemnizaciones para los soldados. El coronel concluyó que a los efectivos que limpiaron un accidente similar acaecido en Groenlandia se les asignó una dosis de cero. 

Por su parte, la señora Watson, que ha estudiado los resultados de las pruebas e informes de Palomares en detalle, declaró que las mediciones del aire probablemente no reflejan lo que los individuos que trabajaban cerca de los cráteres absorbieron. "Si entienden que lo que yo pueda decir no se basa en nada, me pregunto por qué molesta". 

Mientras esperaba en el centro médico con su marido, la mujer explicó sus recelos sobre cómo la administración iba a resolver el caso de su esposo. Los Watson no tenían pruebas y poco importarían los testimonios de los damnificados porque el Departamento siempre recurriría a las viejas muestras de orina para determinar que casi nadie resultó dañado. Y encima al Sr. Watson nunca le tomaron una muestra. Ahora ya es tarde para examinar al viejo exsoldado puesto que el cáncer ya ha acabado con un riñón y parte del otro y no será posible determinar el origen del mal. 

En todo caso, si el recurso del Sr. Watson prospera, tendría todos sus gastos médicos cubiertos y obtendría una modesta pensión del ejército. "¡Pero no lucho por el dinero!”, exclama mientras se seca la sangre de la nariz. "Dudo que vaya a vivir el tiempo suficiente como para salirles caro. Lo único que persigo es aclarar las cosas”. Desea que la Fuerza Aérea muestre un poco de sensibilidad para con quienes han enfermado por cumplir con su deber. Que al menos se les respete reconociendo la verdad. "¡Voy a contar lo que me ha pasado, coño!", volvió a exclamar Watson. "Ellos saben que todo esto es una mentira". 


Las cicatrices de las bombas 

En 2009, el ministro de Asuntos Exteriores de España, Miguel Ángel Moratinos, envió una nota confidencial a la secretaria de Estado, Hillary Clinton, advirtiendo que la opinión pública podría convertirse en anti-estadounidense si se insistiera en difundir un estudio de la contaminación en Palomares revelado en WikiLeaks y publicado entonces por el diario El País. A principios de 2011, Trinidad Jiménez, que sustituyó a Moratinos, expuso en el Senado que la limpieza de Palomares era una prioridad. 

En octubre, el secretario de Estado John Kerry, firmó un memorando de entendimiento en Madrid con la promesa de que el medioambiente de Palomares sería devuelto a su estado anterior a 1966. 

España y los Estados Unidos coinciden en que aproximadamente medio kilo de plutonio permanece en la zona -una cantidad significativa, ya que menos de un microgramo puede causar cáncer-, y el Departamento de Energía norteamericano se ha comprometido a retirar la tierra y llevarla a una instalación de almacenamiento nuclear. El grado de limpieza y quién va a pagar son asuntos sin concretar aún. Y las consecuencias a largo plazo para la salud de los palomareños siguen siendo oscuras. 

Muchos habitantes consideran que las advertencias sobre los peligros de la radiación son exageradas, pero otros tienen una visión crítica. Se preguntan por qué las autoridades americanas y españolas les han dejado vivir durante décadas en una zona contaminada. "Nos están utilizando como conejillos de indias para ver qué les sucede a las personas", cuenta Francisco Sabiote, de profesión fontanero. "Nos dicen que todo está correcto, pero también que hay que retirar más suelo. Pero si lo que tienen es que acabar con la contaminación que queda, ¿por qué toda esta espera?” 

El día del accidente, otra bomba fue encontrada por Martín Moreno que hoy, a sus 81 años, recuerda que se dirigió hacia el cementerio con un amigo después de ver la colisión. Allí encontró a un piloto estadounidense que, aparentemente, estaba sentado en el suelo. Cuando se acercaron comprobaron que era un cadáver. 

El Sr. Moreno miró a la bomba y se subió sobre ella para averiguar qué era. "Parecía un ataúd extraño y amarillento, con un corte en el lado". Con un destornillador trató de agrandar la abertura, pero no pudo. "Queríamos sacar un trozo, pero era demasiado difícil de romper". Moreno asegura que goza de buena salud. 

Las tripulaciones de los dos aviones que colisionaron sumaban 11 personas de las que siete murieron. Sin embargo, para la mayoría de los palomareños aquello no era una tragedia, sino una mezcla de desconcierto y alivio por haberse librado de una explosión nuclear. Una vez que los miembros del servicio estadounidense asumieron el mando en Palomares, se inició una cercana relación con los vecinos, con quienes compartían cigarrillos y cervezas. "Esto casi se convirtió en un ambiente de fiesta", recuerda González Navarro. 

Los funcionarios estadounidenses temían que la evacuación de la zona crearía lo que el científico jefe de la Comisión de Energía Atómica llamó "monumento psicológico" al accidente, por lo que decidieron no mover a la población garantizándoles que la zona había sido prácticamente liberada de radiación. Aún así, a los vecinos se les dio instrucciones y advertencias muy generales al tiempo que se comprometían con ayudas económicas para compensar la pérdida de sus cosechas. En un contexto de escasez, los palomareños priorizaron las indemnizaciones a los posibles problemas de salud. "Nos dijeron que lo mejor sería deshacernos de la ropa que llevábamos ese día, o al menos lavarla a fondo. Evidentemente aquí nadie podía permitirse el lujo de tirar nada", relata González Navarro. 

Desde el accidente, se han realizado análisis a los 1.700 habitantes de Palomares en Madrid bajo la supervisión de la agencia nuclear federal. Maribel Alarcón, una funcionaria del Ayuntamiento, asegura que la recomendación de Madrid fue que cada vecino se hiciese una prueba cada tres años. Ya ha pasado ese tiempo desde la última vez que ella hizo el viaje. Los resultados fueron negativos. 

Sin embargo, muchos reconocen que llevan más de una década sin pasar examen. El Sr. Sabiote, de 27 años, comenta que la última vez que se desplazó a Madrid tenía 12 años y que pensó que no regresaría. "Todos tenemos que morir un día de algo", dice encogiéndose de hombros. 

Antonio Fernández Liria, alcalde de Cuevas del Almanzora, municipio al que pertenece Palomares, declaró que las pruebas médicas demuestran que "no somos los marcianos que algunos creen en que deberíamos habernos convertido". 

La agencia nuclear de España esgrime que los resultados de los controles médicos no muestran altos niveles de contaminación de plutonio y que la frecuencia de cáncer en todo Palomares es similar a la de otros pueblos. "Si alguna prueba hubiese salido positiva, ¿de verdad cree que estaríamos viviendo aquí?", valora Diego Simón, que dirige la papelería local. 

Algunos científicos españoles han llevado a cabo sus propios estudios sobre la población de Palomares, pero sin encontrar evidencias de alarma. Después de mucho intentarlo, el doctor Pedro Antonio Martínez Pinilla publicó en 2005 un estudio que pone de manifiesto una mayor incidencia de cáncer, pero se llegó a la conclusión de que debido al pequeño número de muestras no es posible establecer una correlación entre vivir en Palomares y tener una mayor posibilidad de enfermar. 

José Herrera Plaza, periodista español que ha publicado recientemente un libro sobre el suceso, sostiene que el accidente tuvo, desde el punto de vista psicológico, un profundo "impacto hibakusha", término utilizado para referirse a los sobrevivientes de las bombas nucleares que Estados Unidos dejó caer sobre Japón en 1945. "Todas las comunidades que sufren la contaminación, independientemente de si podemos probar problemas de salud o no, sufren y viven con una paranoia permanente", declara el periodista. 

El 1966 la limpieza de Palomares no sólo era incompleta, sino que el plutonio podría haberse extendido a otras áreas de la comarca. Por ejemplo, explican las autoridades locales, la decisión de quemar los cultivos de tomates podría haber ayudado a difundir partículas peligrosas a través del aire. 

"Creo que las cosas se hicieron con los conocimientos técnicos disponibles en el momento y la situación política en España en el momento", zanja Yolanda Benito, una funcionaria del Ciemat. "España era una dictadura, y su gobierno, no el más transparente del mundo".



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