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El AVE del paraíso

RAFAEL PALACIOS VELASCO

04·08·2014

El extraordinario interés que despierta entre los políticos almerienses cualquier
aparición del acrónimo AVE en el BOE sólo puede equipararse a la extraordinaria
ausencia de dotaciones ferroviarias (y, en general, de transporte) en nuestra provincia.
Para los unos, porque cualquier consignación presupuestaria se defiende, por generosa,
como una magnánima dádiva con la que vienen a corregirse terribles agravios de antaño
infligidos de adverso a esta tierra. Para los otros, porque esas consignaciones no
constituyen, por insuficientes, sino un terrible agravio hodierno que viene a empobrecer
las magnánimas dádivas de los suyos en un tiempo pasado. Cuando cambia el signo del
gobierno central, el hoy dadivoso se convierte retroactivamente en agraviador, y el hoy
agraviador en pretérito generoso. Pero lo que en nada muta es la mágica ilusión de que
un tren velocísimo nos hará felices y de que ninguna felicidad será alcanzable sin ese
convoy rodando como un rayo por las vías que enlazan nuestras estaciones, si es que
hay más de una, con las de otros pueblos vecinos. En el AVE parecen haberse
depositado todas las esperanzas para nuestra provincia, y en esto no hay diferencias
entre los políticos de los dos partidos que han presidido el gobierno de España en las
últimas décadas. La formidable fascinación que despierta la obra pública es una
constante enraizada en la pulsión keynesiana que tan enfermiza e interesadamente irriga
el discurso cotidiano de nuestros gobernantes, y al que se suman las voces de los
sindicatos y empresarios interpretando sin matiz la misma melodía.

Son pocas, y es de suponer que también frecuentemente silenciadas, las voces que no
suenan al compás de la corriente oficial. Son pocos los que entonan una nota diferente, a
riesgo de parecer desafinados. Pero esa disonancia también merece ser oída. Esta misma
semana, aunque refiriéndose al AVE que habría de comunicar Asturias con la meseta
castellana camino de Madrid, afirmó un economista tan autorizado como Juan Velarde
que se trataba de una inversión gigantesca con un rendimiento económico lamentable,
que no sirve para nada. Hace ya algunos años que advirtió de que construir vías de AVE
para conseguir el aplauso popular era un disparate absoluto. Pero nada gusta tanto al
político como gastar un suculento presupuesto en movimientos de tierras y océanos de
hormigón. De nada habrá servido la carísima enseñanza de los aeropuertos sin aviones,
las autopistas sin coches ni camiones, las estaciones de autobuses sin autobuses, los
auditorios sin conciertos, los palacios de congresos sin congresos, los teatros sin
programación, los adefesios escultóricos, los centros de interpretación de la nadería o
los museos de la pamplina.

De que el AVE es una infraestructura útil no es posible dudar. No puede negarse que es
mejor desplazarse más rápido que más despacio, ni se puede objetar que tener mejores
redes de comunicación es preferible a tenerlas peores. Pero una inversión tan cuantiosa
como ésta debería estar precedida por un análisis de oportunidad algo más riguroso que
el que justifica realmente la decisión política, porque no habría de ser suficiente con
adjetivar una infraestructura como irrenunciable para que efectivamente lo sea. No
debería bastar la búsqueda del agradecimiento efímero (y del voto, claro) para sustentar
toda una política de transportes cuyas consecuencias se proyectan en un horizonte
temporal de muchas décadas. No debería bastar con atribuir poderes taumatúrgicos a un
tren para que se convierta en el bálsamo de Fierabrás que nos saque de un pozo en el
que, además, tampoco estamos. No es válido argumentar que la competitividad de una
región depende con tanta intensidad de una infraestructura tan plausible, como si con
ella no hubiésemos de enfrentar también la competencia de nuestros vecinos, pues por
las mismas vías que habrían de ofrecer salida a nuestra producción también acabaría
llegando la producción foránea. Salvo que a los trenes sólo se les permitiese el trayecto
de ida...

Por eso, ni la crítica ni la defensa del AVE se pueden sostener en argumentos frágiles,
porque el AVE no es la llave del paraíso de la competitividad y la bonanza económica.
No cabe justificar su defensa en las virtudes que no tiene, pero tampoco cabe rechazarlo
por la mera invocación de sus carencias. Por eso resulta inquietante que se ansíe tanto
una infraestructura formidable cuando se carece de las más básicas. Resulta
sorprendente que se clame por el AVE en una región como Almería, cuyo tendido
ferroviario convencional es tan escaso como escuálido. Es asombroso que se pretenda
tan necesaria esta dotación cuando la comunicación por carretera con las provincias
limítrofes deja tanto que desear. Es desconcertante que se anhele tanto la modernidad
ferroviaria cuando el aprovechamiento de las comunicaciones comerciales marítimas y
aéreas es tan pobre. No debería ser difícil encontrar para el dinero público otros usos
más beneficiosos, siquiera sin salirse del medio de transporte ferroviario. Pero nuestros
hedonistas políticos jamás renunciarán al placer del gasto faraónico, llorando por lo más
caro que no se tiene y despreciando mejorar por menos dinero lo que ya está al alcance
de la mano. Esta gravosa actitud es una reminiscencia infantil de nuestros gobernantes
que no merecería más lamento si no fuese porque la factura no la pagan de su bolsillo.


Rafael Palacios Velasco es economista, y ha sido profesor del Departamento de Economía y Empresa de la Universidad de Almería

1 comentario :

  1. extraordinaria reflexión sobre el AVE, sobre todo cuando hay líneas en España terminadas y que no se inaugurarán por ser antieconómicas.

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