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Memoria emocionada sobre Tito del Amo

JOSÉ MARÍA MARTÍNEZ DE HARO


Tito del Amo
08·07·2016

EL CALOR PEGAJOSO se cuela por las ventanas en este Madrid de junio. Recibo una llamada que temía recibir, la esperaba desde hacía días. Efectivamente, me comunican que Tito del Amo ha muerto. Quedo en silencio, imposible abarcar nada con la palabra, apenas pregunto nada, y una lágrima acude en mi ayuda, y luego otra y otra. 

Hay motivos fundamentales para llorar y este es uno de ellos. Trataré de expresar lo que significa la amistad sincera durante cincuenta y cuatro años. Lo que una persona buena y sencilla como Tito representó a quienes despertábamos a la vida en aquella Mojácar alegre y atrasada. Tito fue uno de los primeros "extranjeros" que llegaron a Mojácar y decidieron quedarse con nosotros para siempre. Es un capítulo que añadir al magnífico libro "Mojaqueros de derecho" escrito por nuestro buen amigo Francisco Haro, Paco Lina. Tito llegó a España con ganas de cambiar de vida y de paisaje. Una cámara de fotos Leica y muchas ilusiones de juventud. Su voz apenas audible, susurrante, expresaba armonía, paz, musicalidad y afecto. Observaba el mundo con la mirada limpia de las buenas personas. Y guardaba un auténtico culto a la amistad. 

Yo le acompañé en sus primeros pasos por Mojácar. Sorprendía su atuendo en aquellos años cuando no se conocían los hippies, su larga melena, su aspecto de" trotteur", y su acento americano en un español incipiente. Buscamos juntos su primer empleo como conductor de un millonario canadiense que había construido una de las primeras casa en la playa, Mr. Claxon. Jamás supo el Sr Claxon las veces que Tito y yo, a bordo de aquel soberbio Rolls Royce, nos paseábamos a la busca de alguna turista despistada, nuestro coto de caza eran el Hotel Indalo en el pueblo y el reciente hotel El Puntazo en la playa, no había nada más. Recuerdo aquellas largas veladas en las playas solitarias junto a Pepe el Mejicano que pescaba buceando unos soberbios meros que asaba con leña al abrigo de las rocas. Una botella inagotable de Larios, una lata de mejillones y vino de Jumilla. No había para más. 

Murió su padre en EE UU y cambió su vida, pero no cambió la perspectiva. Tras algún tiempo en Los Ángeles y Madrid, volvió definitivamente a Mojácar. Tengo en esta memoria hoy dolorida muchas y buenas anécdotas con Tito. Me referiré a una de ellas muy inusual con el Jefe del Estado español, Francisco Franco. Franco quiso reconocer la labor humanitaria del padre de Tito por la generosa ayuda que prestó a España durante la guerra civil española; ambulancias, medicinas, útiles de quirófano, etc. llegados desde EE.UU a España. También por la contribución a las relaciones culturales de España con EE.UU como fundador y patrono de un Colegio Mayor en la Ciudad Universitaria de Madrid y la Fundación Jaime del Amo, que concedía becas a estudiantes españoles y americanos para residir en España o en EE.UU durante sus estudios. Por todo ello Franco decidió que uno de los hijos de aquel mecenas fuera reconocido con la medalla de Isabel la Católica. El caso es que Tito fue invitado a ver a Franco y no sabía bien qué hacer. Lo primero que hizo fue no atender el consejo del abogado de Franco, Antonio Gurrero Burgos, quien le recomendó a Tito cortarse el pelo para la visita. Como éste supo que acudiría con la melena intacta, y con su habitual atuendo de vaquero americano, en vez de una audiencia oficial en el Palacio del Pardo, entendió que sería menos impactante un encuentro informal en una finca privada durante una cacería. Tito aceptó y encargó unas escopetas de caza especiales para llevar como regalo a Franco. Y en esta historia entro yo. Para los hermanos Del Amo eran años de abundancia, una cuantiosa herencia de su abuelo paterno en dólares daba para mucho en la España de los años sesenta. Tito sentía especial afición por los coches deportivos. Entre los Porsche, Lamborghini y Mercedes que compró de aquellos años de oro, encargó en Alemania un vehículo muy especial fabricado por Porsche y Volkswagen. No sabría decir qué clase de coche era porque ni siquiera estaba homologado en España. Una especie de "Buggi" sorprendente en los años sesenta, descapotado, con el motor trasero elevado a la altura de la cabeza, seis velocidades , tracción total y unas ruedas muy anchas todo terreno abiertas en ángulo. Llegó a España por barco y dijeron que no se podía matricular por carecer de referencias en el Ministerio de Industria de España. La cuestión es que había que traerlo a Madrid y Tito pensó que el con permiso de conducir americano, con su melena y su atuendo, sería muy pronto detenido por la Guardia Civil de tráfico a bordo de un vehículo sin matrícula. Hablamos de ello con Antonio Guerrero Burgos y nos dio una solución. Yo conduciría ese extraño vehículo hasta Madrid. Si la Guardia Civil me paraba durante el trayecto y me pedía la documentación, yo debía responder diciendo que era un vehículo prototipo fabricado en Alemania. Que lo llevaba directamente a una finca donde Franco esperaba verlo junto al fabricante de coches Antonio Barreiros y estudiar si había posibilidades de fabricar una réplica en España. Se me dio un teléfono directo del Director General de Tráfico por si había que llamarlo. Conduje con precaución y gran placer aquel artefacto, y llegando a la Roda (Albacete), me paró un Guardia Civil. Yo le conté lo que me habían dicho y el pobre guardia quedó boquiabierto. Comprenderá, me dijo, que debe acompañarme al cuartel de la Roda. Desde allí llamaron a Director General de Tráfico, y con mucho asombro y exclamaciones airadas, el propio Comandante de puesto me extendió una especie de permiso de circulación para llegar a Madrid. Finalmente llegué sin más problemas y días más tarde llegó Tito preparado para la visita a la finca de caza y a la cita con Franco. Le di el permiso de circulación provisional de la Roda y así condujo el vehículo hasta la finca. Efectivamente, Franco estaba cazando con otras personalidades. Tito fue recibido en la casa y cuando Franco le vio con su melena y su atuendo, quedó totalmente perplejo, no había visto nunca a nadie así. Tras unas palabras de Guerrero Buros y del propio Tito, Franco recibió las escopetas, que admiró con experta mirada de consumado cazador. Cuando salieron juntos Franco y Barreiros para ver el vehículo, quedaron mirándolo asombrados, sin decir palabra. Barreiros reconoció no saber bien el concepto ni la avanzada técnica utilizada para ese coche. Técnicos e ingenieros del Ministerio de Industria le dijeron que sería imposible su matriculación por no haber homologación especifica y que sólo podría usarse en fincas o propiedades particulares sin salir a las carreteras. Tito decidió allí mismo que entonces no podría usar el coche con normalidad y lo dejó como regalo en esa finca. Y no vimos nunca más ese extraño coche. 

Volvió, como dije, a Mojácar, con sus sueños y con su fantasía. Construyó su casa en el pueblo y se decidió por abrir un lugar de ocio y restauración junto a la playa. Durante largos años hubo de soportar y salvar muchas dificultades e incomprensiones para mantener abierto ese restaurante y actividades de ocio y cultura con nombres insignes de la música, pintura, moda, diseño, fotografía etc. Con su presencia y sus amistades, Tito ha dado vida a un chiringuito en la playa de Mojácar, el Titos, durante tantos años referencia exclusiva del "glamour" que pueda quedar de aquella época mágica en este pueblo hoy desdibujado de todo aquello por la imperante realidad. Allí siempre estuvo Tito, allí seguirá en nuestro eterno recuerdo. 

He narrado estas anécdotas para dar sentido a mis palabras y no dejar salir hoy las emociones. Éstas las guardo para el sepelio que se celebrará en la intimidad en un lugar muy especial de aquella Comarca. Sobre nuestra profunda amistad, baste decir que cuando hace ya cuarenta y cuatro años le anuncié mi boda, viajó sin dudarlo desde los Ángeles (EE.UU) hasta Madrid para acompañarnos en ese momento. Yo había Viajado con él y su familia, madre y hermanos, en un inenarrable recorrido por el Mediterráneo a bordo de un gran velero, aventura que se prologó durante meses. Viajamos juntos a Oriente, a Italia, Francia, Grecia, a tantos lugares. Conocí sus amores y amoríos. Su interesante vida, su excitante pasión por la música, su amor por la fotografía, su inacabable curiosidad por conocer, por experimentar. Mojácar cierra con Tito del Amo un capítulo de su reciente historia. Él como nadie representa aquellos años únicos, irrepetibles y maravillosos que dieron a Mojácar nombre en el mundo. Y nos deja su optimismo, su serenidad, su sonrisa y amistad para siempre. 

Creo que el Ayuntamiento de Mojácar, sensible a esta realidad, podría instar algún reconocimiento a Tito del Amo, figura singularmente mojaquera y universal. 

Tito, mi amigo, donde tú sabes volveremos a vernos.

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