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De como los hijos devoran a Saturno mientras escuchan el silencio de los corderos

SAVONAROLA

22·03·2016

El tiempo, hermanos, ese dios inexorable y eterno, inasible, intangible, indomable y que todo lo engulle, dicen que pone a todo el mundo en su sitio, pero yo os digo que, como al Dios Padre que rogáis, habéis de ayudarle también con el mazo. Dando.


Ya sabéis que hubo un momento, mucho antes de nuestra era, en que los dioses no habitaban en el exterior del mundo. Ellos no habían creado el universo ni a los hombres, pero se habían engendrado a sí mismos. No habían existido siempre; no eran eternos, sin principio ni fin, sino apenas inmortales. 

Su inmortalidad se traducía en un estilo de vida particular. Se alimentaban de ambrosía, una sustancia deliciosa, nueve veces más dulce que la miel, de néctar y del humo de los sacrificios. Por sus venas no corría sangre, sino otro preciado líquido llamado icor. Estaban sometidos al destino e intervenían constantemente en los asuntos humanos. Nacidos unos de los otros y muy numerosos, los dioses formaban una familia, una sociedad, fuertemente jerarquizada. 

Hesíodo, un poeta beocio, redactó una genealogía de los dioses que, al término de múltiples conflictos por la soberanía y prevalencia, desemboca en su colocación alrededor de la figura de Zeus. 

De los hijos de Gea y de Urano que engendraron poderes divinos, Cronos, al que los romanos conocieron como Saturno, castró a su padre y luego reinó con Rea sobre los otros dioses. Para evitar el peligro de que alguno de sus hijos lo destronara y reemplazara como rey, los iba devorando a medida que nacían. Inexorablemente, como el tiempo que encarnaba. 

Los devoró a todos excepto a uno, a Zeus, que escapó a sus intenciones y que, una vez creció, obligó a su padre a vomitar a sus hijos, lo destronó y lo incitó a un combate contra los Titanes. En adelante, los dioses se organizaron esencialmente en torno a Zeus, soberano del Olimpo, el cielo, la región etérea donde vivían los dioses, quien repartió el mundo con sus hermanos: a Hades encomendó el inframundo y a Poseidón, el mar. Repartió entre los demás dioses olímpicos todos los honores e inauguró un reinado de paz y de justicia. 

Hesíodo, explica en su Teogonía las prácticas y los ritos que acompañaban la vida social y política. Justifican las reglas fundamentales que rigen la colectividad, las vuelven inteligibles a los hombres y aseguran su perennidad, que nada cambie. 

Cronos es representado como un anciano con larga y espesa barba blanca, y con una hoz en la mano. Es el emblema del tiempo y, como tal, todo lo destruye y acaba. Pero el tiempo, queridísimos hermanos, no es medicamento que todo lo cura, a modo de aquel bálsamo de Fierabrás. Ni aún barniz para taparlo u ocultar lo no deseado. 

Tenéis en vuestra cabeza la imagen inmortalizada por Goya de Saturno devorando a sus hijos, pero yo os digo que, a menudo, son los hijos los que devoran al padre. 

Este tipo de canibalismo, amados discípulos, no es cosa de un pasado olvidado. Hoy se da con más virulencia aún que nunca, aunque ya no entre los dioses, que ahora es cosa de políticos, financieros y hámsteres, que suena parecido a gánsteres. 

Uno observa atónito el devenir de gobernantes en los telediarios y ve como los próceres de esta patria que no oyen ninguna aflicción, acaban siendo pasto y devorados por los suyos, que no hay peor cuña que la de la misma madera. 

Así, los Granados, Bárcenas y Barberás de turno, buscando a quién parecerse, quisieron emular al padre de la transición, y en querer semejarse a Adolfo, se equivocaron de Suárez y la emprendieron a dentelladas con Mariano Rajoy, presidente de su patria y su partido, y más partido a mordiscos que el chacho de Kim Jong-un, del que dicen los enemigos de Corea del Norte arrojó a su tío a una jauría de 120 perros que llevaban 5 días sin probar bocado. 

Es verdad que Rita no parece llevar cinco días sin sustento, ni tan siquiera un minuto diría yo, y que la inacción de Mariano ha sido su mejor sazón, que sólo le viene a faltar el apretar las quijadas de quienes le están devorando yantada a yantada. 

Y al hijo non grato de Pontevedra, quizás como a Kiko Veneno, le devore su miedo devorador a ser devorado, y no precisamente el resplandor de los lirios de la noche. 

Es sabido, hermanos, que comer es empezar. Y dejarse comer también. Y que el animal que prueba la carne ya no quiere más otra cosa. 

Como no lograron domar su apetito los José Luis Heredia y Bartolomé Viúdez de turno. Para ellos, la sensación tras leer tanto sobre ambos, el verde corporativo Cajamar semejaba una pradera diáfana en que pastar. Allí sólo se escuchaba el balar ingenuo de los corderos crudos, aún sin degollar, el de los carneros, los chotos, ovejas, cabras, cabritos y cabrones. 

Pastar sin pastor. El paraíso de talibanes ávidos de euros, recuerdo de un Salvador Dalí al que Bretón llamaba por su acrónimo de Ávida Dollars recolocando las letras de su nombre. 

Pero igual que en el caso Rajoy Brey respecto a Valencia y otros reinos, lo que más llama la atención, hermanos, es la pasividad y la falta de acción de los ministros de la Caja. Caja de pan, que no de Pandora. Que digo pan ¡de molletes antequeranos de tierna que nos parece! 

Harto habéis escuchado hablar, hermanos, del silencio de los corderos, el que presagia el camino del matadero. Aquí el silencio es un clamor, pero falta por saber quién acabará degollando a quién. Y si habrá un Zeus que escape de las fauces de los Saturnos. Vedlo, pues, con el tiempo. Vale.


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