Entre sus conclusiones destaca una que asusta. Sostiene
Herrera que nuestro país y los Estados Unidos optaron por la mayor de las
felonías. Sin informar a la población “dejaron [intactas] las
condiciones para un laboratorio vivo en un medio rural donde coexistían cultivos
agrícolas, flora silvestre, seres humanos y ganado. Por eso políticos y
militares de EEUU y España asumieron riesgos para los vecinos que han
condicionado y condicionan el devenir de la zona y sus pobladores”. Dicho de
otra manera, acordaron que Palomares era ideal para reportar información
científica sobre las consecuencias de la radioactividad en las personas y su
entorno. Los palomareños pasaron desde ese momento a ser ‘cobayas’.
- Señor Herrera, ¿Palomares ha sido un laboratorio
científico usando a personas, animales y ecosistemas?
- Yo no lo digo, lo dicen los documentos. Jamás me hubiera
atrevido a lanzar esta hipótesis. No lo hice cuando en 2003 saqué ‘Operación
Flecha Rota. Accidente nuclear en Palomares’, porque entonces eran muy pocos los
documentos que había desclasificados. Pero con el paso de los años hemos tenido
acceso a las fuentes primarias, que son las que no engañan.
- Y en esas fuentes primarias ¿qué ha podido conocer?
- Lo primero que encontré fue que, cuando tuvo lugar el accidente
de Palomares, el plutonio sólo llevaba descubierto 25 años. Fue descubierto por
Seaborg y McMillan en el laboratorio de la Universidad de Berkeley en 1940 y en
1966 se desconocía aún su potencial toxicológico completo y cómo actuaba en el
cuerpo humano, a pesar de que se habían hecho experimentos con humanos sin su
consentimiento, realizados por el doctor Langham, que estuvo en Palomares, un
experto.
- Todo lo experto que se podía ser entonces con sólo 25
años de investigación…
- Sí. Langham había trabajado con perros beagle a los que
había masacrado metiéndoles plutonio hasta que reventaban, y también lo había
hecho con personas. O mejor dicho, lo que para ellos no eran tan personas, como
eran las minorías étnicas de los Estados Unidos: hispanos, negros, italianos,
locos...
- ¿A estos también les metió plutonio en el cuerpo hasta
reventarlos?
- Les metía inyecciones con diferentes cantidades de
plutonio diciéndoles que se trataba de un nuevo tipo de medicina para ver cómo
reaccionaban. Langham era una especie de Mengele nazi, conculcó todo el código
bioético que se acordó durante el juicio de Nuremberg, precisamente a instancia
de los EE.UU.
- Permítame la morbosidad ¿qué consecuencias tenían esas dosis
en las personas y otros seres vivos?
- Dependía de las cantidades. También hay que decir que lo
hacían con enfermos terminales. Seguramente pensarían que, total, si se van a
morir, qué puede importarles una ayudita. Este señor Langham, también conocido
como Mister Plutonio, la máxima autoridad que había en el mundo sobre plutonio
y que le hico acreedor al apodo, es el que vino a Palomares y diseñó la
descontaminación parcial de la barriada.
- Interesante forma de entender la ética profesional.
- Sí, siguió unos criterios bioéticos que merecían cárcel y
cadena perpetua. Esto no lo digo yo, lo dice un libro que se llama ‘Los
archivos de plutonio’, de Eileen Welsome, que ganó el premio Pulitzer y generó
una gran controversia en Estados Unidos, obligando al Presidente norteamericano
a crear una comisión de investigación presidida por el profesor Gavin Farrell,
de la Universidad John Hopkins. Langham fue el señor al que todo el mundo,
americanos y españoles, la Junta de Energía Nuclear, le tenía una gran
admiración porque era la persona que había sacado la primera fórmula de
excreción por orina y heces del plutonio. Le tenían un aprecio y una admiración
terrible y lo que decía era ley. No es casual que el informe central que
hicieron los americanos sobre Palomares en 1975, se abra con la foto de este
señor y una dedicatoria que reza “a quien tanto ayudó al departamento de
defensa norteamericano”. ¡Y tanto que ayudó! Evitó que se gastaran un dineral.
De todo el gran presupuesto de la Operación Flecha Rota ¿adivine usted cuáles
fueron las dos partidas más pequeñas?
- ¿La descontaminación tal vez fue una?
- Efectivamente, una fue la descontaminación y la otra la
referente a indemnizaciones. ¡Qué casualidad! Justo las que tenían que
restituir el daño moral, físico y monetario a la población, que se volcó en los
primeros momentos, porque todo el pueblo se tiró a la calle. Las bombas las
descubrieron los habitantes de Palomares, sin embargo, en toda la
historiografía viene que las descubrieron los americanos. Eso es rotundamente
falso. Las tres primeras bombas las descubrieron los vecinos, lo que no sabían
es que fueran de hidrógeno, y son esos vecinos los que llevan a los americanos
hasta donde encontraron “esas cosas tan raras”. Los vecinos decían a los
soldados que habían encontrado una ‘bombona’, un ‘torpedo’, y la similitud de
esta palabra con su equivalente en inglés fue lo que alertó a los americanos y
le llevó hasta donde cayó la bomba nº 1, en la vega del río Almanzora, muy
cerca de Casa Marqués.
En fin, todo lo que aparece en el libro está perfectamente
documentado y aquellas cosas sobre las que no he hallado documentación,
aparecen claramente identificadas, porque quedan aún muchas lagunas y muchas
sombras.
- Y este tal Mr. Plutonio defendió que lo mejor era dejar
aquí a los vecinos conviviendo con la radiactividad...
- Se puede entender perfectamente su criterio. El plutonio
es muy escurridizo a la hora de analizarlo. De hecho, un análisis de tierra o
de orina cuesta mucho dinero. Mientras al americio lo mides con un aparatito
por segundos, el otro tarda un mes y requiere un montón de horas de un técnico
de laboratorio, hay que utilizar una serie de reactivos... Los análisis tienen
un límite, que es el mínimo detectable, el MDA que llaman los americanos,
‘actividad mínima detectable’. Esa actividad mínima del plutonio era muy alta
entonces. Si llegan a limpiar mucho se hubiesen podido quedar muchas partes por
debajo de esos mínimos que podían detectar ellos, que pasarían desapercibidas e
interfería en sus investigaciones.
- ¡Claro! Tengo un documento que dice que en octubre de
1966, se reúnen los médicos en Palomares para crear un registro general,
‘Plutonium registry board’, una especie de registro general de afectados por el
plutonio, entre ellos, 1.470 soldados que estuvieron en Palomares y que dieron
positivo en los análisis de orina. Cuando los veteranos comenzaron a reclamar y
ello podía costarle miles de millones de dólares a la Comisión de Energía
Atómica, empezaron a recular y a decir que todos los análisis estaban
equivocados. Todos equivocados por exceso, ninguno por defecto. O sea, que al
que presentaba altas dosis de plutonio le daban nula la prueba, mientras que a
quien presentaba baja dosis la aceptaban como buena.
- Los científicos abusaron de su posición porque ni aquí
ni en Estados Unidos puedes ir al médico del centro de salud para ver si tienes
o no plutonio en el cuerpo.
- La industria nuclear ha sido muy cuca desde el principio.
Nació en ámbitos militares y, a partir de los años 50, con Eisenhower, pasó a
usos pacíficos y civiles para la producción de energía eléctrica y radiología,
que han sido tan importantes para la salud. No hay que demonizar todo lo que
ofrece la energía nuclear porque tiene su faceta positiva. Pero en este este
caso, todo el control lo hicieron médicos militares que fueron juez y parte.
¿Qué credibilidad podían tener? Jamás han sido los sistemas de salud públicos
los que se han ocupado. En Palomares tampoco.
- Entonces que un contador geiger no sonara cuando te lo
pasaban por el cuerpo no era ninguna garantía porque podías estar hasta ‘las
cejas’ de plutonio y las alarmas no saltaban.
- Bueno, en aquella época americio había muy poco. El
americio 241 se genera a partir del plutonio que tiene la bomba. El plutonio
241 transmuta con los años en americio 241. En aquel tiempo, los contadores que
utilizaron eran específicos para medir radiactividad alfa, la del plutonio, muy
diferente a la que puede haber en Chernobil o Fukushima, que es la
radiactividad gamma, bastante más problemática porque atraviesa paredes y todo.
El aparato que utilizaban, el ‘pack 1s’, se denominaba popularmente la
‘plancha’, porque la sonda era semejante a una plancha y la tenían que pegar
como si estuvieran planchándote el traje, porque el alcance de la radiactividad
del plutonio, si lo tuvieras en la ropa, es de apenas un centímetro y medio,
por eso no atraviesa la piel. Puedes tenerlo en la ropa y no causarte ningún
daño.
- Los problemas aparecen si lo ingieres.
- Exactamente. Cuando lo ingieres o lo respiras.
- Con tanto Mr. Plutonio, experimento e investigación,
llama la atención de que no se haya hecho o conocido un estudio epidemiológico
para saber la incidencia de la radiactividad sobre la salud de los vecinos.
- Sí lo hay. Yo lo recojo en el documental. Hubo otro ‘loco’
investigador que durante muchos años, rascándose el bolsillo y sin ningún tipo
de subvención, y con la supervisión del decanato de la Facultad de Medicina de
Murcia, elaboró un estudio. Fue el doctor Pedro Antonio Martínez Pinilla,
médico de atención primaria en Turre.
- Pensaba que el trabajo del médico Martínez Pinilla fue
una cuestión muy básica, sin apenas medios y escasamente fiable.
- Este médico hizo un estudio científico que se pudo
completar con nuestra ayuda cuando hicimos el documental, porque a él se le
vetó la entrada al Registro Civil de Cuevas del Almanzora, aunque con nuestro
documental pudo completar su estudio desde 1945 hasta 2005, 60 años de
seguimiento de la proporción de cáncer en Palomares desde mucho antes de que
cayeran las bombas hasta mucho después. Pinilla sólo quería tener una idea,
porque al ser Palomares un núcleo pequeño los resultados no podían ser muy
fiables. De todas formas, esos estudios llegaron a la conclusión de que, a
pesar de que hubo unos años de repunte de cánceres, sobre todo en los 90, entre
1966 y 1970 nadie murió de cáncer. En cualquier caso, el cáncer era una
enfermedad maldita y los certificados no expresaban la causa del fallecimiento
debido al rechazo social y el miedo que había. El médico nunca ponía cáncer.
Hipótesis sociológica se llama eso en epidemiología. En definitiva, Martínez
Pinilla llegó a la conclusión de que no existía ninguna correlación entre la
caída de las bombas y la muerte por cáncer en Palomares, pero aseverar esto
como lo contrario hubiera sido poco fiable. Estamos hablando de una población
de 1.200 habitantes y la trascendencia de un estudio epidemiológico ahí no es
igual de consistente que si se produce en una barrio de Barcelona donde viven
un millón y medio de personas.
- Pinilla comparó la incidencia de cáncer en Palomares
con Guazamara, otro núcleo de población similar y cercano. ¿Sirvió esto para
algo?
- Efectivamente lo hizo, y observó que las muertes
producidas por cáncer en un sitio contaminado y otro no eran exactamente las
mismas, por lo que no encontró ninguna relación entre la caída de las bombas y
la muerte por cáncer, aunque apuntó que desconocía la posible relación entre
radiactividad y muerte por cáncer, porque él reconoce que se limitó a hacer un
estudio general de la población. No se hizo un estudio individualizado en el
que se diferenciara a personas que trabajaron en los campos en que cayeron las
bombas, de aquéllas otras que lo hacían, por ejemplo, en la oficina de un
banco, cuya exposición a la radiación no era ni mucho menos la misma. Hay
muchas diferencias y hay ya bastantes estudios sobre eso, numerosas
publicaciones científicas que normalmente no son muy conocidas. Y el
laboratorio ‘vivo’ que conscientemente dejaron en Palomares ha contribuido en
decenas de publicaciones al conocimiento científico obtenido gracias a los
cincuenta años de experiencia en Palomares, aún con el coste de poner en riesgo
a la población, un riesgo que nadie puede negar.
- Por ‘fortuna’, aquella mañana todo quedó en el
accidente aéreo, pero podían haber transcurrido los acontecimientos en otra
dirección. El tren de aterrizaje de uno de los aviones cayó a las puertas del
colegio.
- Fue una suerte. Y al ejército norteamericano no le hubiese
costado nada descontaminar todo. Esto para mí está claro y lo demuestro con las
cifras oficiales de soldados que había allí, 1.470 efectivos de infantería y
más de 2.000 marinos en el despliegue naval. Tenían excavadoras que aquí nadie
había visto nunca. Ni el ingeniero de minas que hace el proyecto de las fosas
de los enterramientos secretos, que había dado muchas vueltas por el mundo, las
había visto hasta entonces. Unas excavadoras que ahora son normales en todas
partes, pero que en el año 66 eran desconocidas. El raspado de los 10 cms. de
tierra superficiales lo hacían con unas explanadoras que dejaban lista una Ha.
en media hora. Otra cosa era el almacenamiento y llevárselo, porque lo que se
llevaron fue una pequeñísima parte. Entre el 3% y el 5% de la tierra contaminada.
- Y dónde quedó almacenada la tierra que no se llevaron
¿se encuentra dentro de la zona acotada?
- Sí, aunque es
posible que exista algún otro enterramiento. Todavía no se han hallado los
cerca de 700 bidones de 200 litros que entraron en la zona y cuyo paradero aún
se desconoce. Como eran tan chapuceros y tenían tantísimo material contaminado
con el que no sabían qué hacer, es posible que haya algún otro enterramiento,
pero esto ya son sólo hipótesis y las hipótesis no son evidencias, por tanto,
hemos de separarlo de lo que sabemos con absoluta certeza.
- ¿Hay algún mito dado por cierto y que hoy es posible
desmentirlo?
- Hay muchos mitos alrededor del accidente debido al
oscurantismo con que se ha tratado, un oscurantismo que ha generado toda la
rumorología. Hubo testigos que hablan de tres aviones, pero ¿cómo puede
calcular nadie si se trataba de dos o de tres aviones si cuando se produjo la
explosión empezó a caer una lluvia de trozos de metal? El B52, el tipo de avión
más grande que había por entonces, se fracturó en varias partes y eso pudo dar
lugar a que varios testigos, no todos, percibieran que eran tres los aviones,
entre ellos Rafael Lorente, el diplomático que escribió un libro sobre el
accidente. Luego hay otros mitos absolutamente secundarios, pero como somos tan
folclóricos nos quedamos con eso en vez de con el problema medioambiental.
Que si Fraga se bañó o no se bañó. Que si lo hizo en
Palomares o en Mojácar... Fraga sí se bañó en Palomares, está documentado. Lo
que pasa es que la gente no pudo verlo ¿Cómo iba la gente de Palomares a ver
bañándose al señor Fraga, al embajador norteamericano, señor Duke; al señor
Mendo, director de la agencia EFE; y al señor Sentís, director de La
Vanguardia, cuando el área del campamento Wilson estaba militarmente acotada?
Sólo hubo tres personas de Palomares que fueron testigos de este hecho: el
señor Manuel González, que era el alcalde pedáneo, su hijo y también el alcalde
pedáneo de Villaricos. Ellos fueron los únicos tres testigos locales. Claro,
cuando el periodista llega y pregunta a la gente de Palomares por el baño de
Fraga, le contestan “¿qué baño? yo no he visto ningún baño”, y esto dio pábulo
a la leyenda de que no se bañaron en Palomares, sino frente al Parador de
Mojácar. Y es cierto que hubo un primer baño delante del Parador, pero fue
solamente del señor Duke con sus dos hijos y un camarero del recién inaugurado
establecimiento, que iba con una botella de coñac Soberano y unas copitas
porque estaba el agua muy fría a las nueve y media de la mañana de aquel
invierno. Hay fotos, películas... eso está también documentado, pero, insisto,
el baño del NO-DO sí se produjo, fue a media mañana. Fraga había quedado con el
embajador americano a las 9 y apareció a las 12. Ya sabemos eso de la típica
puntualidad española…
- Entonces nos quedamos con que el profesor Langham, Mr.
Plutonio, influyó decisivamente en los gobiernos de España y EEUU para que las
consecuencias de un hecho excepcional en el mundo, con un riesgo potencial para
las personas, se dejara que siguiera su curso sin tener en cuenta que los
efectos podían ser muy negativos para la población. Y todo esto para que la
comunidad científica pudiera extraer conclusiones sobre la incidencia del
plutonio sobre las personas que hacían de cobayas, los animales y el medio
ambiente.
- Efectivamente. Vuelvo a repetir que les hubiese sido muy
fácil a los americanos descontaminar de una manera bastante satisfactoria y no
lo hicieron. Lo único que hicieron fue una puesta en escena, lo que aquí
denominaríamos un paripé. La búsqueda de la cuarta bomba fue seguida por
periodistas de todo el mundo, se escribieron riadas de artículos, y mientras se
entretenía a los periodistas con la búsqueda de la cuarta bomba, en tierra se
hacían muchas trampas engañando al gobierno español, al pueblo de Palomares.
Tal fue la cosa, que para intentar lavar sus conciencias los norteamericanos
regalaron una planta desaladora que jamás llegó a funcionar, pero la dieron y
costaba un dinero. Las conciencias no estaban muy tranquilas porque el pueblo
de Palomares, desde el primer momento, se volcó y ayudó en todo lo que pudo,
aguantó lo más grande y se encontró, al final, con la ingratitud de los Estados
Unidos. Alguien me dijo que los americanos defendían lo suyo y que nosotros no
hicimos lo mismo y, efectivamente, hay que recordar que el gobierno español
dejó hacer y dejó pasar. El gobierno abandonó a la gente. Y tiene mucho mérito
la gente de Palomares, porque a pesar del estigma de las bombas y la pésima
descontaminación, a pesar de la gran emigración que hubo, porque se salaron los
acuíferos y ni siquiera el tomate raf que cultivaban aguantaba un nivel de
salmuera por encima de tres gramos por litro, salió adelante. Muchos de los que
se fueron retornaron, empezaron a cultivar, a ganar terreno a la sequía y a
hacer una agricultura maravillosa. La gente hace muchas bromas con “el sabor
que debe dar la radiactividad” a sus productos agrícolas, pero no, los melones
eran igual de magníficos antes y después del accidente, como las sandías, y eso
se debe al esfuerzo de la gente, que también supo sobrevivir y reponerse a la
gran riada del 73 que arrasó todos los cultivos y los volvieron a levantar. A
pesar de los americanos y del gobierno de Franco, Palomares ha ido para arriba
y ha vivido una auténtica revolución social y económica, que hubiera sido mucho
más alta de no haber sido por ese suceso y su gestión.
- Lo cuenta usted de forma épica.
- Es que en Almería ha habido una gran transformación
durante los últimos años, pero esta zona del Levante, en los años sesenta
estaba muy atrasada económicamente. Almería era la última provincia en renta
per capita de España. Estábamos en el furgón de cola, y esta comarca era una de
las que peor lo tenían. Antonio Siles escribió una oda al agricultor de Palomares
que de la nada consiguió hacer vergeles. Eso es un hecho. Y mejor le hubiese
ido sin el estigma del accidente.
- ¿Qué opina del documento firmado hace unos meses entre
los gobiernos de Estados Unidos y España, en el que se contempla la
descontaminación de Palomares?
- No es para creérselo mucho. Yo, al principio, estaba
eufórico, porque aunque he nacido en Almería, de tanto estudiar y trabajar
sobre el asunto, me siento como uno más de Palomares, una especie de síndrome
de Estocolmo. Pero cuando accedí al documento original y pude leer que el único
compromiso es que “muestran la intención de”, quedé decepcionado. De buenas
intenciones está el mundo lleno. Palomares no necesita buenas intenciones. Y
menos aún de las que se firman dos meses antes de unas elecciones y cuatro
meses antes de un cincuenta aniversario en el que se va a denunciar por activa
y por pasiva el fiasco, el engaño y la estafa que le hicieron a los españoles y
a la gente de Palomares en aquel tiempo. Y para mitigar ese efecto previsible,
porque esta gente no da puntada sin hilo, lo solucionan con una declaración de
intenciones. Aunque el mes que viene comenzara la descontaminación, en
noviembre los estadounidenses tienen las presidenciales, y si vence Donald
Trump o cualquier otro republicano de extrema derecha que están en contra de
estas acciones, porque suponen un ‘mal ejemplo’ para otras zonas que han
contaminado por el mundo, pueden abandonar la limpieza en cualquier momento. Yo
pido que se descontamine con o sin los americanos, eso supone ser soberanos. Y
luego ya veremos la manera de pasarles factura, hay muchas formas, ¡que tienen
un montón de bases aquí en España! Está claro, a la vista de cómo se han
comportado unos y otros, que no es lo mismo hacerse defensores de los derechos
humanos con Maduro o con Cuba, que son países chiquititos, que con los grandes.
¿Quién habla de la dictadura de China? Con los poderosos no nos metemos.
- Llama la atención que su anterior trabajo sobre
Palomares, un documental estrenado hace 7 años, no se proyectara en Cuevas del
Almanzora ¿Hay alguna razón?
- No se nos hizo ninguna invitación. Nosotros lo propusimos
en su día y no recibimos respuesta. También se vendió muy mal cuando sacamos la
cinta con La Voz de Almería. Mi conclusión es que a los almerienses nos
interesa un carajo nuestra propia historia. Nos preocupa más saber cómo va el
club de fútbol de nuestra localidad que aquello otro que ha dado la vuelta al
mundo, uno de los episodios más importante de la historia de los últimos siglos
de Almería y, por supuesto, de Cuevas del Almanzora. Lo de las bombas y el
descubrimiento del filón de El Jaroso es lo más importante en los últimos 400 ó
500 años. En fin, es una cuestión de cultura, de formación, de sensibilidad y
de que no te manipulen.
- ¿Por qué se fijó usted en el caso Palomares?
- Porque yo viví aquellas operaciones en el aire. Unos años
antes del accidente vi desde el colegio de La Salle, en la Avda. Federico
García Lorca, dos aviones que creí que iban a chocar, y eso se me quedó
grabado. Fue algo que no he podido olvidar. Tengo la imagen perfectamente
grabada. Iba a miccionar en las letrinas del patio de La Salle y de pronto miro
y veo unos aviones “¡que chocan! ¡que chocan!” yo ya había visto películas.
Pensaba que iban a chocar. Luego me enteré por la radio Pirenaica del accidente
de Palomares. Recuerdo a mis padres y a mi hermano mayor sintonizarla y
exclamar: “¡mira, mira los comunistas lo que hablan de Palomares, de aquí de
Almería!” Y es que entonces Almería era una gran olvidada en el mundo, y que
hablaran de nosotros, aunque fuera la Pirenaica, ya era un orgullo. En fin, que
aquello se me quedó y en el año 85, que yo me dedicaba a la imagen y el sonido,
intentamos hacer un documental sobre Palomares y resultó imposible. El oscurantismo
era total y todo lo que podíamos hacer era una entrevista a las personas, pero
eso no era suficiente. La historia oral no es suficiente si no existe una
comprobación documental de fuentes primarias.
- Permítame que le diga que, en mi opinión, con sus trabajos
ha hecho usted un gran servicio a esta comarca
- A ver si se vende el libro y demostramos que en la vida
hay algo más que frivolidad y, lo más importante, vindicar que esto se arregle.
Es una historia abierta. No está cerrada. La gente de Palomares recela porque
sabe que el problema aún existe. Cuando se resuelva de una vez veremos cómo
deja de existir ese rechazo y entonces hablaremos de otras alternativas, como
el Museo de la Bomba. Hay varios puntos de esperanza en el horizonte.
PARA LA BIO DEL AUTOR
Gran entrevista la que publica actualidad Almanzora sin duda. Un saludo!
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