JOSE MARÍA MARTÍNEZ DE HARO
07·04·2016
QUERIDOS LECTORES, COMO cada año, he pasado en nuestra Comarca la Semana Santa. Permítanme relatar sensaciones personales alejadas de la barahúnda política.
He llegado de Londres a este pequeño rincón almeriense que abarca mis sueños. Estoy en Garrucha, frente al mar, contemplando una suave brisa de poniente y siguiendo la estela de un palangrero que sale del puerto. La tarde es perfecta, como suele ocurrir en Garrucha, en Almería, lejos de esas lluvias y nubarrones que emborronan el mapa de España. Aquí nos protegemos de este sol de marzo y disfrutamos de una temperatura templada. Como digo, he llegado de Londres y lo primero he visitado el cementerio, mis padres, hermana y abuelos, saludos y oraciones a mis seres queridos. Y comprendo que en este pueblo se encierra todo lo que da sentido a mi vida. Comentaba a mis hermanos lo exótico que resulta para un garruchero tener nietos ingleses. Así es, en el Chelsea Hospital ha nacido Cayetana, mi nieta inglesa, y española. Hemos pasado unos días estupendos en Londres en la casa de mi hijo. Y he decir que admiro Inglaterra, su cultura, su carácter, sus muchos valores entre los que destaca el amor a su país y sus costumbres y tradiciones, su inteligente humor.
Pero estoy en Garrucha y el contraste es digno de reflexión. Aquí, en el Malecón, he comenzado el día exprimiendo naranjas de Antas recién cogidas, detalle de mi amigo Felipe Aznar. Mi tostada de pan de horno regado de aceite de oliva virgen extra de la almazara de Sorbas y mermelada de higos manufacturada por Diego el Carretilla con el fruto de sus higueras. Acaparo la energía vital de esta vieja tierra con joyas gastronómicas. Mediodía, avanzo por el Malecón hacia uno de esos bares y restaurantes únicos; manzanilla de Sanlúcar perfectamente fría, hueva y mojama con almendras fritas. Y como remate de la ronda, el amigo nos dice que tienen unos camarones crudos en agua con hielo y limón. Me asombran las huevas azules que rebaño con gula. Y seguimos hacia el punto de encuentro con amigos pescadores; una caballa a la plancha y sus huevas fritas, otro trago de manzanilla.
Volvemos a casa a rematar y me espera un guiso garruchero que debiera ser obligado en restaurantes de postín: la cuajadera de jibia negra. Sensacional con su perfume a laurel y especias mediterráneas. En el vino me salgo porque he recibido una caja de Jumilla de la bodega de Juan Gil. Después unos tomates raff con aceite y sal, y verduras de Turre y Antas. Llega el postre y mi mujer, atenta a sus costumbres madrileñas, ha preparado unas torrijas bañadas en almíbar ligero. Para semejantes manjares, un remate glorioso: brandy de Jerez Cardenal Mendoza reserva. Y pare usted de contar. Tarde apacible, paseo por el puerto a la espera de la salida de una antigua Cofradía, sus bellísimas imágenes, solemne procesión, la música de metal, tambores y trompetas y ese Cristo del madero siempre por desenclavar. Una larga fila acompaña los pasos y se agolpan emociones que surgen de lo más profundo. Silencio, olor a cera e incienso y una saeta rompe el aire y se eleva en la noche. Nos encontramos con amigos madrileños asiduos a esta Comarca y decidimos seguir con ellos hasta un afamado restaurante de los muchos que hay en Garrucha. Ni de la gamba roja, ni del gallo Pedro que nos zampamos se precisa aclaración; magistral, exquisito, sublime, único. Me comentan después de cenar como duques: “esto no hay que divulgarlo, se llenaría de gente y perderíamos este privilegio”, algo de lo muy poco que queda de original y auténtico. Pero lo cierto es que ya está descubierto y el pueblo se llena de gente que abarrota bares, restaurantes y comercios. Un pueblo que recupera sus mejores costumbres y antiguas recetas gastronómicas y las ofrece a visitantes para deleite del paladar.
Alguna evidencia se me acerca al pensamiento, esta tierra nuestra tiene tanto bueno que ofrecer y tan excepcional que entiendo la explicación a esos miles y miles de residentes británicos esparcidos por nuestros pueblos que han decidido quedarse aquí para siempre, por algo será, digo yo, porque entienden bien el sentido de la vida y la calidad de algo irrepetible que encuentran en lo almeriense. Bien por ellos, y por nosotros.
Espero por su bien que estos nietos míos puedan volver con sus padres y disfrutar como yo de este pequeño paraíso escondido entre el mar y Sierra Cabrera. Y se reencuentren con su verdadera identidad. Y dicho esto, me asombra cuando leo que unos grupos políticos nos dicen que vivimos una situación de emergencia política. Y ellos mismos, apoyados por todos los demás grupos del Congreso de los Diputados, deciden darse unas buenas vacaciones hasta el cinco de abril, pagadas, eso sí, por el erario público, que está en emergencia económica, según ellos. Por eso no quería escribir de política, es mucho más placentero escribir de mi tierra.
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