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El descrédito de la sabiduría

AMANDO DE MIGUEL


08·04·2016

EL TIPO DEL “sabio” tiene mala prensa. En los cuentos infantiles o en las películas suele corresponder a un vejestorio chiflado. El “sabelotodo” es un despectivo. En catalán se conserva mejor el insulto del “sieteciencias”, que también se utilizaba en castellano. Era el individuo despreciable que sabía mucho. Las siete ciencias eran el compendio del trívium y el quadrivium de las Universidades medievales, es decir, todas las asignaturas. 

En nuestro tiempo se desprecia al que estudia mucho, el “empollón”, al que alardea de tener muchos conocimientos. Es la consecuencia de la degradación a la que ha llegado la enseñanza. El “maestro” de antaño (siempre con el título de “don”) apenas existe, ni en la escuela de primeras letras, ni en los estudios superiores. Los profesores de ahora ni siquiera explican desde una tarima; se hallan al ras del suelo como los alumnos. 

Hoy son múltiples las ocasiones en las que se juntan a debatir personas expertas en la materia, objeto de controversia. Pero cada vez es más corriente que quien discuta sea un individuo perfectamente ignaro. Hemos llegado a una especie de falsa democracia por la que cualquiera puede perorar sobre el tema que sea. Ya no hay verdaderas autoridades en la materia o no son reconocidas. Todo el mundo dispone de una terminal en las redes sociales por la que puede dar su parecer. No se exige ninguna competencia. 

Las personas que se han pasado muchos años estudiando su parcela de conocimiento y que han acumulado experiencia cuentan lo mismo que los legos en la materia. No es casual que se haya impuesto el uso de contratar un conferenciante o un ponente en una mesa redonda a los que no se les conceden honorarios. Es corriente ver cómo muchas de tales intervenciones revelan que el conferenciante o el ponente no se han molestado en preparar el tema, ni siquiera lo llevan escrito. Puede que, de tenerlo escrito, lo lean; lo que es peor. No se premia la experiencia profesional. 

En el sistema de enseñanza lo fundamental es hoy atravesar los cursos, conseguir el título correspondiente. Por eso las becas se consideran como un derecho que todos pueden exigir. En su día fueron un privilegio que se conquistaba con méritos y esfuerzo. Ahí está la madre del cordero. El conocimiento sólo se puede acumular con esfuerzo, con años de dedicación y experiencia. Pero ésas son virtudes que ya no se aprecian. Cualquier chiquilicuatre puede ponerse a opinar sobre lo divino y humano. Es algo que parece más democrático.

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