JUAN LUIS PEREZ TORNELL
25·11·2015
EN CIERTA OCASIÓN, un diputado provincial me
contaba una anécdota de su gestión que le hacía sonreír: había en aquella
remota Diputación –pongamos que hablo de Albacete- dos religiosos en la nómina
de esa corporación, supongo que
adscritos a algún servicio común espiritual o misterioso, y uno de ellos acudió
quejoso al diputado del área para explicarle que su compañero cobraba un
complemento o beneficio del que él no gozaba, lo que le producía un natural
sentimiento de agravio.
“Yo, para resolver la desigualdad, propuse…que
le quitaran el complemento a ese otro compañero” –concluía triunfante el
diputado-.
Me he acordado de esta anécdota al escuchar al
cabeza de lista de Izquierda Unida, Alberto Garzón, proponer en serio a la
sociedad su voluntad, en el improbable caso de que sea elegido Presidente del
Gobierno, de limitar los salarios en las empresas, de forma que el que gane más
en cualquiera de ellas no supere en diez veces al que gana menos.
Este mito de la igualdad como comunión de
seres arcangélicos no ha existido nunca en la historia, y menos que nunca en
aquellos sistemas políticos que Izquierda Unida tiene como referentes, unos
referentes vergonzantes en casi todos los casos.
Erradicado piadosamente el término
“comunismo”, el único ejemplo de esta comunidad conventual de seres libres e
iguales sólo puede rastrearse en las comunidades de bosquimanos o algunos
parajes remotos de la Amazonía.
La igualdad de los democráticos cazadores
recolectores desapareció más o menos con la invención de la agricultura.
De hecho, una propuesta como la del señor
Garzón se sometió a referéndum hace no mucho tiempo en Suiza. Es sabido que los
suizos se pasan la vida votando chorradas en lugar de delegar su criterio en los
discretísimos representantes profesionales.
Ni que decir tiene que fue ampliamente
desestimada por la población, pero me quedó la duda de qué acogida tendría algo
así entre los españoles, pueblo envidioso donde los haya y al que me honro en
pertenecer. Me temo lo peor.
En el supuesto de que alguien caiga en esta
tentación de ingeniería social, ciencia peligrosísima y casi siempre de
funestos resultados, sugiero al Comité Central de Izquierda Unida que lo aplique
primero -los experimentos con gaseosa- en una parcela acotada de la sociedad:
por ejemplo en ese microcosmos que es un equipo de fútbol, metáfora de la
sociedad española en el que curiosamente, y sin embargo, a nadie le parece que
los modernos semidioses cobren nunca bastante.
Me cuesta trabajo imaginar al señor Garzón y a
D. Florentino Pérez explicando a Cristiano Ronaldo que sólo puede cobrar diez
veces más que el taquillero del estadio Santiago Bernabeu.
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