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La fatiga del héroe

JUAN LUIS PEREZ TORNELL



09·11·2015

Ayer se fue; Mañana no ha llegado; 

Hoy se está yendo sin parar un punto: 

soy un fue, y un será, y un es cansado. 

Francisco de Quevedo 



PABLO IGLESIAS SE lamenta con demasiada frecuencia de estar cansado en el incómodo lugar al que lo ha llevado la Historia. Añora indisimuladamente el dulce placer del anonimato, las tertulias en las que cambiaba el mundo entre unas cuantas cervezas, rodeado de camaradas y discípulos bien dispuestos a escuchar análisis políticos sobre “Juego de Tronos” y a pasar el canuto. No le veo en la mirada el fulgor fanático de los revolucionarios clásicos. Y eso me tranquiliza. 

Los revolucionarios, como los toreros, rara vez han salido de las clases medias o de las facultades de ciencias políticas, a las que él y la cúpula dirigente de “Podemos” pertenecen de forma muy poco transversal. 

Tampoco el toreo de salón o el erudito conocimiento del Cossío, parecen buenas escuelas para enfrentarse al ruedo de la realidad. Y el toro del Boletín Oficial del Estado impone respeto a todo aquel que no sea un insensato o un canalla. 

Creo que se le nota cada vez más que, como el escribiente Bartleby, “preferiría no hacerlo”. 

Quizá el precedente de su hermano griego, que regresa de Europa sin vellocino de oro alguno, le haya sumido en alguna vaga melancolía respecto a su propio destino político o haya hecho nacer dudas donde antes no existían. 

Aunque nos gusten menos que las certezas, las dudas son siempre propias de personas inteligentes. 

Se ha definido el populismo alguna vez como la aplicación de remedios simples a problemas complejos, y algo de eso hay. Un juego antes con las emociones que con las ideas, como el propio Pablo ha declarado, en un ejercicio, que le honra, de honestidad o de ingenuidad, o de ambas cosas. 

El adolescente envejecido que es Pablo Iglesias está a punto de ver cumplido su sueño infantil de ser domador de leones y mientras se pone la chaqueta de charreteras y contempla la maloliente jaula de los leones, parece no estar a gusto con que su sueño se vaya a cumplir. 

Sospecho que ni Pablo Iglesias, ni San Juan de la Cruz ni yo mismo somos hombres de acción como Trotsky, José Luis Rodríguez Zapatero o Mao Zedong. No brilla en sus ojos la determinación demente de los líderes carismáticos, de los conductores de pueblos. Y lo digo en su favor. 

Creo que su cansancio procede de que, en el fondo, no acaba de estar de acuerdo con su propio discurso. Un político de raza tiene que tener el don de mentir con la misma facilidad y frecuencia con la que parpadea. Y luego dormir como un bendito. Hay tantos ejemplos que no pondré ninguno. Pero creo que Pablo Iglesias retransmite con demasiada claridad el fluir de sus ideas y de sus estados de ánimo. Mal jugador de póker. Porque las ideas no, pero los estados de ánimos son altamente contagiosos y pueden infectar a su parroquia. 

Muy a menudo sucede que perseguimos sueños, como los galgos del canódromo, y lo que en la distancia era una maravillosa liebre, al ponerse a tiro resulta ser un burdo embeleco, un guiñapo que no merecía el esfuerzo de la conquista. Por eso hay que tener mucho cuidado con lo que se desea: porque puede llegar a alcanzarse. Y el cansancio sobreviene. 

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