Un testigo excepcional cuenta a ACTUALIDAD ALMANZORA su experiencia en Palomares durante los primeros días tras el accidente. Lo que fue, lo que pudo haber sido y lo que nunca ocurrió
Gonzalo Leal Echevarría (izda) junto a Pérez Manzuco,
ingeniero de minas que también participó en tareas de limpieza en Palomares
tras la caída de las bombas
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Javier Irigaray / 01·03·2016
- ¿Por qué tras el accidente le mandaron a usted a Palomares?
- Yo trabajaba como ingeniero de minas para la empresa nacional ADARO en Rodalquilar. Cuando ocurrió el accidente, Navarro Garnica, el jefe de la región aérea que, por su cargo, era también asesor del Ministerio de Industria al que pertenecía ADARO, llamó al Instituto Nacional de Industria (INI) para que les enviaran a alguien. Yo estaba allí y ellos sabían que había trabajado en minas de plomo y oro, que conocía la geología de la zona, y me señalaron para formar parte del equipo mixto hispano-norteamericano.
- ¿Qué instrucciones le dieron?
- Me plantearon tres misiones. Una era localizar el lugar
adecuado para enterrar todo lo contaminado. Otra fue buscar la cuarta bomba,
porque los americanos tardaron un mes en aceptar que estaba en el agua y la
buscaban por tierra. Su idea era que estaba enterrada y mi primera tarea fue
convencerles de que era imposible que una bomba de ese calibre caiga en tierra
y no deje un cráter o, por lo menos, una señal. Los que estaban allí sabían muy
poco de casi nada. Yo contestaba a todo lo que me planteaban, pero hasta el día
siguiente no se daban por enterados, porque sin el beneplácito de la gente del
Pentágono, con la que estaban en contacto permanente, no se movían. Casi todos
los que acudieron a resolver el problema eran personal de segundo orden.
- Pero ¿a quién mandaron los americanos para solucionar
el problema que habían creado?
- Había tres equipos de trabajo técnico. Uno de medicina
nuclear liderado por un americano que sabía mucho. En ese equipo la Junta de
Energía Nuclear tenía al coronel Vigón. Otro grupo para la construcción del
depósito en donde iban a enterrar los residuos, en el que había un español
teniente coronel de ingenieros experto en construcción, y, por parte americana,
el responsable de la construcción del aeródromo de Torrejón. Y luego estaba la
parte de información y asesoría geológica que me encomendaron a mí y en la que
no tuve ningún compañero de EE.UU.
El depósito ideado en un principio para enterrar los
materiales contaminados no era un simple agujero en la tierra. Se trataba de
construir un enorme depósito subterráneo que constaba de tres capas, una de un
hormigón especial, una de un plástico también especial para evitar la
contaminación de aguas, y otra tercera de plomo. Era una construcción muy
complicada y cara. Para su ubicación elegí el lugar que juzgué más oportuno por
estar compuesto por unas margas arcillosas muy impermeables. Ésa era una de las
soluciones posibles, pero no se llevó a cabo.
Otra de las tareas que me encomendaron era organizar la
extracción de la bomba en caso de que estuviera enterrada. Di varias soluciones
que se emplean en investigación minera. La Tierra es como el cuerpo humano, lo
que tiene dentro se averigua con acciones técnicas desde fuera. Se usa la
electricidad, el magnetismo, rayos X, actualmente el radar, pero no podía usar
nada porque las características de las bombas eran ‘top secret’. Preguntaba si
eran magnéticas y la respuesta era ‘top secret’. Quería saber su densidad y me
contestaban ‘top secret’.
- Es decir, le pedían que encontrara algo pero no le
decían qué.
- Exactamente. Yo sabía que debían pesar bastante porque se
rompieron al caer y tenían que haber dejado un cráter, como cualquier aerolito
del tamaño de un puño, pero ellos no creían lo que les decía. Les di dos
soluciones. Un vuelo rasante muy bajo tomando imágenes con fotografía continua
de infrarrojos, porque, a pesar de los días transcurridos, tenía que haber una
diferencia de temperatura bastante notable para detectarla por ese
procedimiento. Yo pensaba haber utilizado ese vuelo para, además, obtener
información arqueológica. Se podían haber hecho cosas muy bonitas, pero no
accedieron a ese vuelo.
La otra solución que aporté fue la de aplicar la técnica
‘geohumana’. Les dije que los 300 señores que tenían ahí se cogieran de la mano
y peinaran la zona. Al día siguiente, al subir un cambio de rasante a las 8:00
de la mañana, vi una fila enorme de tipos paseando muy cerca unos de otros
buscando rastros de la bomba.
Ahí acabó mi trabajo. Estuve veintitantos días y fui ajeno a
lo que ocurrió después. No era divertido estar allí. Yo estaba a punto de
casarme. Otro que estaba conmigo tenía 7 hijos y estaba encantado porque quería
ver si aquello de dejaba estéril.
- ¿Ha sufrido usted alguna consecuencia en su salud?
- Voy a cumplir 80 años el próximo 7 de julio y estoy
perfectamente sano. De mis compañeros, Francisco Pérez Manzuco murió hace muy
poco. Apareció el cáncer en su vida muy recientemente, y falleció de una
cirrosis vírica. El otro tiene ahora mismo 87 años y cáncer de próstata. A esa
edad, el 80% de la población lo tiene.
- ¿Eran estrictos con las medidas de prevención?
- Desde luego.
Cuando entraba me quitaba la ropa, me vestía con otra que, al salir, dejaba
para descontaminar. Me duchaba y me pasaban el detector geiger por todo el
cuerpo. En ocasiones, sobre todo en los zapatos y el pelo, daba señales y me
devolvían a la ducha y no salía de allí hasta que el aparato marcaba cero.
- Dicen que existe material radiactivo procedente del
accidente de Palomares enterrado en alguna de las minas de Sierra Almagrera.
- No lo sé, pero no creo que sea cierto. En Sierra Almagrera
hay cientos de kilómetros de galerías, un verdadero enjambre y unos problemas
de desagüe terribles. Además, hay otras minas más cercanas a Palomares. Pero
nunca se pensó en medidas de ese tipo, sino en sacar todo el material
contaminado y meterlo en ese depósito inmenso.
- ¿Por que decidieron no construirlo?
- Por motivos políticos. Ni España ni los Estados Unidos
sabían qué hacer y resolvieron el asunto en términos políticos. Los EE.UU.
tenían muy mala prensa y era la primera vez que les pasaba una cosa tan grave.
La primera vez que ocurría un accidente en el que un material radiactivo puro
como el plutonio se había dispersado a merced de los vientos. Y la URSS estaba
pendiente de lo que sucedía. Desde el montículo que elegí como emplazamiento
del depósito que nunca se construyó veía toda la bahía en la que había 17
buques de la 6ª flota americana y, un poco más allá, otros tantos submarinos
rusos viendo de qué podían enterarse. Eso estaba perjudicando muchísimo a los
EE.UU. Por otra parte, España estaba empezando a inaugurar zonas turísticas y
Paradores Nacionales en todo el sureste durante aquellos días, entre ellos el
de Mojácar, y todo esto la perjudicaba en beneficio de Italia, un país con un
maravilloso turismo cultural, pero que no hacía ascos al de sol y playa. Italia
se estaba preparando para recibir todo el turismo del Mediterráneo español. Y
la prensa inglesa se puso en contra de España. El embajador americano y el
ministro más afectado por el accidente, el de Turismo, llegaron a la conclusión
de que aquello había que terminarlo y levantar el vuelo. Pero esto son sólo
conjeturas mías. Nada más.
- ¿Confía usted en que el acuerdo firmado recientemente entre
España y Estados Unidos sirva para limpiar de una vez Palomares?
- Ojalá que no haya que recordar a Berlanga y su película
‘¡Bienvenido Mr. Marshall!’. Es para reírse que pasen 50 años para que un
presidente de los Estados Unidos, Obama, diga, ‘hombre, vamos a indemnizarles a
ustedes’. Es tan chocante como lamentable. España debe trabajar y luchar como
sea para que esos daños sean reparados.
- ¿Hasta qué punto es responsabilidad de todos los
gobiernos españoles de los últimos 50 años?
- En 50 años hemos tenido toda clase de gobiernos y no sólo
no les ha importado, sino que estaban convencidos de antemano de que era inútil
exigir la limpieza de Palomares. Es mi impresión personal.
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