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El sueño eterno

JUAN LUIS PEREZ TORNELL

27·09·2016


ES TAN CUTRE y casposo lo del Partido Popular, que no puede uno dejar de sospechar que a muchos de sus votantes y no pocos de sus esforzados militantes les gustaría ocupar el lugar de alguno de los Siete Durmientes de Éfeso. 

Como el género literario de Vidas de Santos es una especialidad que no puede considerarse en la actualidad dentro de la categoría de grandes ventas editoriales, resumiré la historia, destripando, aviso, su final. 

El emperador Gayo Mesio Quinto Trajano Decio, Decio para los amigos, decidió, en los tres años de su breve mandato (249-251 D.C.), perseguir un poco a los cristianos de su jurisdicción y obligarles a retractarse se su fe y abrazar de nuevo los ritos religiosos paganos, como el de rendir culto al emperador, por ejemplo (culto éste que ha pervivido hasta nuestros días). 

Siete jóvenes nobles se negaron a cumplir los ritos y ofrendas que Decio les impuso y éste, magnánimo, les dio un tiempo para reflexionar antes de ejecutarlos. Los jóvenes repartieron sus bienes entre los pobres (como Rodrigo Rato, como Rita Barberá, como Francisco Granados) y se recluyeron en una cueva para orar y prepararse adecuadamente para el martirio, cosa francamente molesta, a la que uno no termina nunca de acostumbrarse del todo. 

Durmiéronse los siete jóvenes en la cueva y así los encontraron los sicarios de Decio, que resolvieron obstruir con grandes rocas la entrada para que allí muriesen de hambre y frío los jóvenes que inexplicablemente, pese al ruido inevitable del movimiento de piedras y de la maquinaria de limpieza del Ayuntamiento, no se despertaron (dice la leyenda). 

Al poco falleció el emperador Decio, porque la profesión de emperador era y sigue siendo una profesión de riesgo, y pasaron los años. Un buen día, ya en tiempos del emperador Teodosio, católico a machamartillo y celoso perseguidor de paganos, un constructor de esos que no pagan el tres por ciento, o un terremoto, según otras fuentes, removió la entrada obstruida de la cueva y en ese mismo momento los jóvenes despertaron, y resignados y aceptando su destino, comisionaron a uno de ellos para que se dirigiera a la ciudad con el fin de comprar alimentos antes de entregarse al brazo secular de la justicia. 

Fue natural la extrañeza del joven al encontrar la ciudad cambiada, tan llena de adosados y rotondas, y las casas y edificios con cruces y símbolos de la religión por la que ellos habían resuelto morir. Y también en la ciudad causó la natural extrañeza que intentara pagar con monedas de un emperador muerto muchos años antes. 

Llevados que fueron a presencia del Gobernador cristiano del lugar contaron su historia y, una vez aclarados los diferentes extremos, parece ser que en ese mismo momento y después de rezar, murieron los siete durmientes. 

Es una de las pocas historias que comparten no sólo los cristianos católicos y los ortodoxos, sino también los musulmanes. Por tanto seguro que es verdad. Tanta gente no puede equivocarse. 

Bueno, pues más de uno desearía dormirse, si no en una cueva, sí en un mullido sofá, viendo algún documental de animalicos de esos que se mueven despacio y, transcurridos trescientos años, comprobar que las elecciones han pasado ya y que un candidato cualesquiera acababa de ser investido como presidente del Gobierno; que todos los imputados del mundo habían sido por fin ejecutados sin dilaciones indebidas, y que todos los ciudadanos teníamos, también, un desfibrilador gratis et amore y una caja entera de Orfidal.


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