RAFAEL M. MARTOS
06·06·20014
“Hemos ganado las elecciones” decía sonriente Susana Díaz con una sudadera blanca cuyo motivo era una inmensa rosa rosa, tras conocerse a las once de la noche los resultados de las elecciones europeas en la que el PSOE de Rubalcaba decidió ponerse a cavar su suelo.
Ese “hemos ganado las elecciones” es una realidad tan consistente como si la dice el nuevo líder del PP andaluz, Juanjo Moreno, junto a un cartel de Miguel Arias Cañete.
La lideresa del socialismo andaluz ha ganado las elecciones europeas perdiendo doce puntos y 330.000 votos respecto a los resultados de 2009, y 387.000 votos menos que en las pasadas municipales de 2011, ó 587.000 papeletas menos que en las autonómicas de 2012 con Pepegriñán como candidato. ¿Dónde está el efecto Susana entonces?
Si diéramos por cierto el efecto Susana, ¿cómo debería llamarse al hecho de que IU pase de 136.916 votos andaluces en las europeas de 2009, a 310.268 en 2014?
El efecto Susana no es otra cosa que la suerte. Fue la fortuna la que hizo que se filtrara el caso Rafael Velasco y éste dimitiera lo que la encumbró como número dos del PSOE de Griñán, y fue la juez Mercedes Alaya la que le hizo las maletas a éste para irse a Madrid... y ha sido un Rubalcaba inesperadamente incapaz, sucesor de un Zapatero demoledor, lo que le ha allanado el camino, y ha sido -cómo no- la espantá de Javier Arenas y la lenta y agónica designación de su sucesor (aún es pronto para valorar si al menos fue acertada o no) lo que le ha permitido brillar como una bombilla LED, es decir, brillar mucho con muy poca potencia.
Por este camino, Susana Díaz, que acumula a sus espaldas su primer error con la crisis de la Corrala Utopía y aquel decreto de ida y vuelta, se puede encontrar con un Parlamento en el que hasta podría volver a ser el PP la fuerza más votada si ella no mejora y crece el voto a Izquierda Unida y a alguna otra formación de izquierdas, y hasta podría entrar UPyD (esto merece análisis aparte sobre dónde tiene su caladero de votos y cómo reaccionaría su votante andaluz de las europeas ante unas autonómicas), o el Partido Andalucista (que parece haber enfilado rumbo), o Podemos, o Ciudadanos... quién sabe...
Pero Susana Díaz tiene otro problema, y es, aunque parezca paradójico, brillar demasiado. Los andaluces llevamos demasiado tiempo sin ser protagonistas de nuestra realidad política; tanto tiempo que se nos ha olvidado. A Escuredo lo quitaron desde Madrid, a Borbolla también, a Chaves lo impuso Ferraz, pero oye, al final le gustó... dejó nombrado heredero, y el heredero dejó heredera... y así se escribe nuestra historia. Así que si la presidenta sigue siendo “referente nacional” (como dicen aquéllos que votaron sí al Estatuto en el que Andalucía es “nacionalidad” y es una “realidad nacional”), si sigue pavoneándose como la estrella más refulgente del socialismo español, los andaluces la percibirán como alguien de paso, alguien que usa nuestros votos de trampolín personal.
Ese “hemos ganado las elecciones” es una realidad tan consistente como si la dice el nuevo líder del PP andaluz, Juanjo Moreno, junto a un cartel de Miguel Arias Cañete.
La lideresa del socialismo andaluz ha ganado las elecciones europeas perdiendo doce puntos y 330.000 votos respecto a los resultados de 2009, y 387.000 votos menos que en las pasadas municipales de 2011, ó 587.000 papeletas menos que en las autonómicas de 2012 con Pepegriñán como candidato. ¿Dónde está el efecto Susana entonces?
Si diéramos por cierto el efecto Susana, ¿cómo debería llamarse al hecho de que IU pase de 136.916 votos andaluces en las europeas de 2009, a 310.268 en 2014?
El efecto Susana no es otra cosa que la suerte. Fue la fortuna la que hizo que se filtrara el caso Rafael Velasco y éste dimitiera lo que la encumbró como número dos del PSOE de Griñán, y fue la juez Mercedes Alaya la que le hizo las maletas a éste para irse a Madrid... y ha sido un Rubalcaba inesperadamente incapaz, sucesor de un Zapatero demoledor, lo que le ha allanado el camino, y ha sido -cómo no- la espantá de Javier Arenas y la lenta y agónica designación de su sucesor (aún es pronto para valorar si al menos fue acertada o no) lo que le ha permitido brillar como una bombilla LED, es decir, brillar mucho con muy poca potencia.
Por este camino, Susana Díaz, que acumula a sus espaldas su primer error con la crisis de la Corrala Utopía y aquel decreto de ida y vuelta, se puede encontrar con un Parlamento en el que hasta podría volver a ser el PP la fuerza más votada si ella no mejora y crece el voto a Izquierda Unida y a alguna otra formación de izquierdas, y hasta podría entrar UPyD (esto merece análisis aparte sobre dónde tiene su caladero de votos y cómo reaccionaría su votante andaluz de las europeas ante unas autonómicas), o el Partido Andalucista (que parece haber enfilado rumbo), o Podemos, o Ciudadanos... quién sabe...
Pero Susana Díaz tiene otro problema, y es, aunque parezca paradójico, brillar demasiado. Los andaluces llevamos demasiado tiempo sin ser protagonistas de nuestra realidad política; tanto tiempo que se nos ha olvidado. A Escuredo lo quitaron desde Madrid, a Borbolla también, a Chaves lo impuso Ferraz, pero oye, al final le gustó... dejó nombrado heredero, y el heredero dejó heredera... y así se escribe nuestra historia. Así que si la presidenta sigue siendo “referente nacional” (como dicen aquéllos que votaron sí al Estatuto en el que Andalucía es “nacionalidad” y es una “realidad nacional”), si sigue pavoneándose como la estrella más refulgente del socialismo español, los andaluces la percibirán como alguien de paso, alguien que usa nuestros votos de trampolín personal.
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