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El urbanismo de la burra

CLEMENTE FLORES



11·01·2016

Si alguien, en algún momento, piensa que mis comentarios sobre el urbanismo mojaquero son festivos, se equivoca rotundamente. El urbanismo mojaquero está lleno de curiosidades que a cualquiera que esté un poco concienciado con la materia no le pueden dejar de sorprender.

Seis años dura mi relación con Actualidad Almanzora desde que publicamos una primera miniserie. “No me toquéis las cabras” con ocasión de los incendios de Sierra Cabrera. Hace una semana hablé con nuestro director para suspender, al menos temporalmente, mi colaboración habitual. Y después, para ordenar mis sentimientos y emociones, decidí darme una vuelta en solitario por el casco antiguo de Mojácar. Allí surgió la idea de despedirme con esta miniserie de artículos, que ahora comienzo, sobre el urbanismo mojaquero.

Tras aparcar mi coche y tomar el ascensor que permite salvar cómodamente algo menos de veinte metros de desnivel, me encontré con, la que creo que es, la última calle de nuevo trazado abierta en Mojácar, que corre al pie de la antigua muralla. 

Enfilé hacia la derecha recorriendo un tramo de la nueva calle, en dirección al Arbollón, y me detuve contemplando el sumidero colocado trasversalmente, en toda la anchura de la calle, para recoger el agua de lluvia. Parado, contemplaba en Los Silos, poco más abajo, el colegio dedicado al que fue mi maestro, D. Bartolomé. Recordé cómo hace un par de años me sorprendí al oír por la radio que en el Colegio de Mojácar habían tenido que organizar un rescate de los escolares por peligro de inundación, y en aquel momento no me imaginaba cómo podía inundarse un colegio construido en lo alto de una montaña. 

Ahora tenía ante mis ojos, en mitad de la calle, el sumidero, y con él, creo, la explicación. Recordé una conversación con el arquitecto Sáenz-Oiza que me decía que “el urbanismo o la arquitectura son como la grafología de una cultura”. Es la “Cultura”. 

La nueva calle en la que estaba, que es continuación de la antigua calle del Aire, tiene un perfil con forma de V invertida y en su parte más alta, o limatesa, se ha colocado de forma trasversal la rejilla con canaleta para recoger las aguas pluviales. Cualquiera debería saber que las aguas pluviales de una calle hay que recogerlas allí donde se concentran, generalmente en los puntos bajos de su perfil o en lugares donde molesten, como ocurre al llegar a los pasos de peatones. Recoger las aguas donde no las hay, puntos altos de una calle, es como untar el pan en la salsa de un plato limitándose a pasar la miga por los bordes sin tocar el fondo. Por esta calle, recién abierta, habrán pasado miles de veces todo el Consistorio con sus técnicos incluidos. ¿Quién habrá hecho el proyecto y quién habrá supervisado la obra? 

Recordé que estaba en marcha el nuevo Plan General de Ordenación Urbana -en adelante PGOU- y recordé las palabras de la alcaldesa al presentarlo en un pleno: “Atenderemos criterios y sugerencias o alegaciones tan respetables como el de este equipo de Gobierno. Es posible que el equipo redactor del proyecto o nosotros mismos no hayamos caído en aspectos que se puedan incluir dentro de esta primera fase del Plan por parte de los grupos de la oposición o de la opinión pública”. 

Creo que estuvo muy acertada la alcaldesa, como casi siempre, al reconocer que ella y su equipo podían “no haber caído en algunos aspectos” que pudieran incluirse en lo que ya habían sentenciado. Su petición fue lo que me movió a escribir lo que va a venir. Si encuentra algo aprovechable o sugerente, pueden utilizarlo como gusten. Antes de seguir vuelvo a recordar la conversación con Sáenz-Oiza que se publicó en Cuadernos de Ciencia Política y Sociología Nº2 en 1980. “La crisis de la arquitectura se debe a una falta de participación ciudadana”. ¿Cómo podría entenderlo una alcaldesa que cree que el uso de un derecho ciudadano sólo se ejerce, cuando se ejerce, porque ella graciablemente lo permite? ¿Desde cuándo el poder lleva aparejado el saber? No se lo creen ni los lacayos que siempre lo pregonan. 

Si alguien, en algún momento, piensa que mis comentarios sobre el urbanismo mojaquero son festivos, se equivoca rotundamente. El urbanismo mojaquero está lleno de curiosidades que a cualquiera que esté un poco concienciado con la materia no le pueden dejar de sorprender. El tema de la recogida de aguas, que hemos comentado, no deja de ser paradigmático. En pocos años se han ido cegando todos los desagües de la bajada del pueblo y, como consecuencia, concentrando las aguas de recogida en el Barranco de Henares, produciendo tales erosiones acumuladas e incontroladas, que su cauce está a punto de colapso en varios puntos, siendo el más ostensible el que ofrece a su paso por la carretera que va a Turre, en las inmediaciones del edificio de usos múltiples. 

Hace un par de años, por efecto de unas lluvias de fin de verano, se destrozaron de tal forma las obras de acondicionamiento de las playas desde El Duende hasta El Cantal que cualquiera podía pensar que los destrozos eran efectos de un tsunami y no de una tormenta de verano. 

Dejando aparte el tema del agua y si entramos, por ejemplo, en el del alumbrado de viales, en las urbanizaciones de las playas de Mojácar podemos encontrar cientos de báculos de iluminación deficientemente colocados, siendo frecuente que no se embeban los pernos de anclaje en el suelo. Uno no puede explicarse que nadie haya leído la normativa vigente o simplemente el catálogo con las instrucciones de uso, y que los servicios técnicos municipales no hayan tomado cartas en el asunto. Hay otros problemas, a mi juicio, más preocupantes, como la multitud de calles de nuevo trazado, que no tienen aceras, o las que las tienen de treinta o cuarenta centímetros de ancho, o las que nunca las van a poder tener. La proximidad de las edificaciones de las calles a las esquinas es tal, que muchos giros de vehículos hay que hacerlos a menos velocidad que se hace un aparcamiento en línea para no tener accidentes. 

No es infrecuente circular por algunas urbanizaciones asentadas en un terreno suficientemente plano y encontrarse de buenas a primeras con una calle cerrada y cortada por una edificación de nueva planta. 

Dando un paseo por las Huertas de Abajo, cuyas edificaciones se han multiplicado exponencialmente los últimos años, es inexplicable el tratamiento dado a los caminos que han sido constreñidos por las edificaciones impidiendo la circulación de vehículos semi-pesados o el cruce en distinta dirección de vehículos ligeros. 

Hace algunos años, concretamente en 2005, leyendo-estudiando la leyes de movilidad de la Junta de Andalucía, contrasté su contenido con el paso de peatones existente frente al Parador Nacional, que cruzaba todos los días con el cochecito de mi última nieta, y acabé entregando un pequeño dossier a un concejal mojaquero que por entonces era, editor creo, de un periódico. Encontré que el paso incumplía por su diseño al menos nueve aspectos de las leyes vigentes. Que se haga eso en un lugar tan reconocido y visitado, es difícil de entender. “Lógicamente” el trabajo nunca se publicó, aunque me consta que se dio a conocer a los técnicos municipales y, aunque no mucho, algo han hecho. 

Seguramente alguien que lea esto dirá la obviedad de que todo no está mal, lo cual, obviamente, no puede servir para justificarlo porque ninguno de estos incumplimientos de normas y leyes aprobadas está justificado, y ninguno de los “defectos” se han hecho buscando abaratar los costes. El PGOU de Mojácar no afronta reparar las deficiencias porque el Ayuntamiento no reunirá nunca el suficiente dinero para reparar las cosas que se han hecho mal y que, en muchos casos, ha recibido y aceptado como buenas y acabadas. Tarde o temprano las cosas “se pagan”. Cuesta encontrar una justificación a tanta calle sin acabar, tanta acera sin hacer, tanta calle y acera mal hecha y tantas otras cosas de las que probablemente hablaremos, según vayan surgiendo, a lo largo de esta miniserie. 

Tengo grabada en mi mente una frase de Darwin, “la realidad siempre es coherente”, a la que suelo añadirle que, si no entiendes su coherencia es que no la has estudiado lo suficiente. 

Remirando fotos antiguas, tropecé con las que acompañan este artículo y encontré una pieza del puzzle del urbanismo mojaquero que daba sentido a una buena parte del conjunto. Mirándolas descubrí muchas bases y razones que podrían aclarar esa forma peculiar de hacer las cosas, tan contraria a la cultura urbanística imperante y a las leyes que la rigen. 

Las fotos que acompañan son de la Cuesta de la Fuente, que era la antigua calle de entrada a Mojácar. Entre ambas hay bastantes diferencias y unos cuantos años de separación. Unos cuantos años permiten cambiar muchas imágenes físicas, pero no son suficientes para cambiar una mentalidad, y mucho menos una cultura. 

El pasado 19 de noviembre, el catedrático Oswaldo Arteaga, en una conferencia que dio en Vera, nos explicaba como la cultura argárica tardó cientos de años, partiendo de Antas, en ir desplazando a la cultura de Los Millares en las áreas de Levante. 

Eran otros tiempos. Hoy, el conocimiento se propaga a la velocidad de la luz, lo cual nos puede hacer pensar que la cultura de un pueblo o una sociedad cambia fácilmente por el hecho de conocer nuevas cosas. Es un craso error debido a que las apariencias engañan y es palpable, por ejemplo, en el caso de la violencia de género, donde se ve que, bajo la capa de la información y de la ley, permanece la cultura machista. El urbanismo mojaquero de los últimos cincuenta años es un ejemplo. 

Cuando algún forastero me ha dicho que Mojácar está bien conservada le he contestado que no tiene casi ninguna casa original, pero que en su origen fue reconstruida por albañiles que utilizaban materiales nuevos con las ideas y la “cultura” de toda su vida. Con el urbanismo ha pasado lo mismo. La burra que se ve en la primera foto fue el medio de transporte que marcó todos los cánones del urbanismo tradicional. Aparejada con sus aguaderas supone un gálibo algo inferior a dos metros, que es la anchura mínima que tenían las calles de Mojácar. Su velocidad impedía que dos burros chocaran en las esquinas y las personas no necesitaban aceras para evitar que un burro las atropellase. 

Cualquier burro, como las personas, puede girar sobre sí mismo y por eso en las calles de Mojácar la existencia de fondos de saco –o calles sin salida- no era ningún problema. 

Con la llegada del turismo, en una Mojácar sin normas, sin leyes y sin controles, durante muchos años han practicado la cultura urbanística de la burra. Oí a un conocido promotor nativo proponer al alcalde que las calles había que hacerlas pequeñas para que las parcelas pudiesen ser más grandes, y ese mismo alcalde, cuando le propuse dejar libre una franja a lo largo de la carretera para futuras ampliaciones, me contestó diciendo que los técnicos no teníamos ni idea y que la carretera de la playa “era suficiente para todo lo que viniera”. Lógicamente yo pensaba en coches y él pensaba en burros. Como él han seguido pensando otros y ésa es la única razón que puede explicar lo acaecido. 

Si volvemos a las fotos de la calle veremos cómo van desapareciendo los empedrados, antiguamente tan necesarios para que no resbalasen los burros. Además de la sustitución del coche por la burra, en la foto más reciente aparecen unas casas construidas sobre suelo público “privatizado por las bravas”. El interés privado se ha subido a la burra del urbanismo desplazando los intereses públicos. De esto hablaremos seguramente otro día. 

Hoy, aprovechando la invitación de la alcaldesa, me gustaría pedir que se incluya en el PGOU que todas las calles tengan aceras y que no hagan fondos de saco en las calles para no tener que ir marcha atrás. 




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