Imagen de una d las movilizaciones contra el emplazamiento de la actual reserva proyectada. FOTO: José Guerrero |
Javier Irigaray / 28·10·2016
El problema de la expropiación de 12 viviendas y 500
hectáreas de tierras de regadío en producción no es sólo cuestión de dinero.
Detrás hay 273 familias y otras tantas historias, como la Olivier Navarro, el
hijo de un emigrante que quiso volver a España en busca de lo que Francia no pudo
darle y ahora ve cómo su esfuerzo y la ilusión de su vida corren el riesgo de
esfumarse. Su sueño lleva camino de transformarse en una pesadilla.
- ¿Cómo está afectando a su vida el riesgo de que le
expropien su vivienda y taller?
- Me parece una pesadilla. El pasado 16 de septiembre fui a
recoger la carta certificada por la que me convocaban para justificar mis
propiedades. Todo está siendo muy duro. Es una injusticia tremenda a la que no
encuentro explicación alguna. Una desgracia que puede pasarle a cualquiera y
que ha unido a la gente, a todos los vecinos que nos apoyan en nuestra lucha y
a todos los que nos escuchan y se hacen eco de nuestra situación. Pero lo más
duro, para mí, es cómo explicárselo a mi hijo, porque no me veo capaz.
- ¿Qué edad tiene su hijo?
- Siete años. A veces tengo que decirle que no puedo
comprarle un juguete porque hay que ahorrar para poder pagar a los abogados y
pelear por salvar la casa, que es la ilusión, el sueño de toda mi vida.
- Usted es hijo de emigrantes españoles…
- Sí, yo venía
todos los veranos a Terreros y a Los Lobos. Mi padre decía que yo estaba loco
por mi afán de venir a España y volver para establecerme aquí. Después, esa
ilusión se fue reforzando porque todo me ha ido muy bien hasta el momento en
que me ha golpeado esta pesadilla como un puñetazo tan fuerte que no sé si
podré levantarme.
- ¿En qué situación queda usted si se consuma el actual
proyecto de expropiación para reserva de hábitat de la tortuga mora?
- Muy mal. Con la vida y los sueños rotos. Para poder
establecerme pedí dinero a mi familia y un préstamo al banco que tengo que
seguir pagando. Y encima desmantelarán mi negocio, un taller de carpintería. El
problema no es la tortuga, que ha convivido siempre con nosotros sin ningún
problema. Es que el proyecto inicial no tiene nada que ver con esto que nos
presentan ahora. El año pasado fuimos a Madrid a explicar lo que estaba
pasando. Nos escucharon y nos dijeron que nos iban a ayudar. Nosotros ofrecimos
otras alternativas. Algunos vecinos, entre ellos yo, tenemos fincas en la montaña
que hemos puesto sobre la mesa para evitar la pérdida de las casas y de las
tierras en producción. Esas tierras no perjudican a nadie y no entendemos por
qué las rechazan cuando hasta el biólogo que elaboró el proyecto original
asegura que también pueden valer. Lo peor de lo que está sucediendo es que nos
sentimos impotentes y abandonados.
- Si expropian no podrá impedir que le arrebaten su
sueño, pero cobrará según el justiprecio que se establezca.
- No todo estriba en que te paguen. Es un sueño que, como la
educación de un hijo, no tiene precio. Yo no quiero dinero, sólo que me dejen
vivir en mi casa, criar a mi hijo en donde estoy y que acepten las fincas que
les ofrecemos a cambio. No pedimos nada más. Son doce casas de gente que hemos
sufrido y luchado mucho para salir adelante en una zona complicada para la
agricultura, en la que se requiere muchísimo esfuerzo para vivir.
- ¿Confía en que se pueda llegar a una solución válida
para todos?
- Yo tengo fe en que esto se arreglará. No puedo creer lo
que está pasando y me agarro a la ilusión.
- ¿Usted vive también del campo?
- Vivo aquí, pero no del campo. Monté una empresa de
carpintería en el cortijo que compré a unos vecinos de toda la vida de mi
familia. España me ha dado lo que Francia no pudo darme. Aprendí mucho allí y
en Alemania, donde estuve trabajando bastante tiempo. Vine a Los Lobos y las
cosas me han marchado muy bien. Para mí, España ha sido una tierra de
oportunidad. He trabajado mucho, pero he hecho realidad mi sueño y eso me hace
estar encantado con la determinación que adopté de venir aquí.
- ¿Y qué le dijo su padre, que recorrió el camino
inverso, huyendo a Francia en busca de oportunidades, cuando usted le comunicó
que quería venir a España?
- Me dijo que estaba loco. Empecé poco a poco, pero con
mucha ilusión. Tenía 20 años y comencé en una cochera pequeña, trabajando
mucho. Tuve la suerte de que la crisis no me afectara y fui invirtiendo todo lo
que ganaba en el negocio. Ahora sólo espero que el sentido común permita que mi
vida no se desmorone.
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