CLEMENTE FLORES
27·12·2016
TODAS LAS
ENCUESTAS realizadas en los últimos tiempos para sondear el estado anímico de
los españoles coinciden en señalar que estamos dominados por un pesimismo
generalizado alimentado por sentimientos de insatisfacción, de frustración y de
ansiedad.
En el caso de
los económicamente más débiles, la desesperanza y el desánimo hacen que se
alcancen niveles muy altos de tensión, desesperación y hasta de pánico. Son las consecuencias de un proceso crítico, de cambio social
irreversible, que se ha acelerado en los últimos años y que cada día afecta a
más personas. No es una situación a la que se pueda dar la vuelta y volver al
mismo estado de las cosas de cualquier etapa anterior. Los cambios que se
vislumbran son tantos y de tal magnitud, que la situación sobrepasa la
capacidad de entendimiento y asimilación de los ciudadanos más formados, y
alteran su estado de ánimo. La crisis económica, a la que obligatoriamente
todos relacionamos con los hechos, es sólo una parte o componente de las causas
que condicionan el momento histórico crítico que vivimos.
Como a cualquier
ciudadano nos preocupa el problema y pensamos dedicar alguno de nuestros
escritos a analizarlo, animados por la idea y la pretensión de aportar algún
tipo de ayuda para entender la complicada y azarosa situación. No estamos
viviendo una sola crisis, sino que nos vemos afectados, a la vez, por varias
simultáneas y superpuestas, que nos han ido
envolviendo como nos envuelve un frente de niebla que, empujado por una mano
etérea e invisible, nos hace perder las referencias con el entorno. Por eso
queremos abrir el abanico de nuestro campo de estudio y trataremos, entre otros
temas, de la crisis económica, de la del estado de bienestar y de la del
estado-nación, intentando plasmar sus orígenes, consecuencias e
interrelaciones.
Hoy, para entrar
en materia, analizaremos las características y etapas de las crisis, de
cualquier crisis, y sus consecuencias, ciñéndonos sólo al contexto individual o
personal dentro de nuestro entorno cultural.
Pongamos una
primera base: La crisis es un fenómeno que afectando a muchos a la vez, a
nadie le afecta de la misma forma.
No todo el mundo
interpreta por igual lo que se entiende o significa estar en crisis o sufrir
una crisis. Sin embargo, aunque la palabra crisis tiene varios significados
reconocidos académicamente, ninguno de ellos ha conseguido despegarse de su uso
original que está referido a un momento de una enfermedad, en que está a punto
de producirse un cambio radical en el estado del enfermo o en la evolución de
la enfermedad.
A partir de esta
interpretación la palabra crisis, en casi todas sus acepciones, está ligada a
un cambio drástico en el desarrollo de cualquier proceso físico, económico,
histórico o mental, motivado por una variación de las condiciones o
condicionantes que dirigen y controlan ese proceso.
Ocurre que aunque
la crisis está siempre referida a un momento concreto, no es menos cierto que
ese momento forma parte de la trayectoria de un proceso vivo y dilatado en el
tiempo, sobre el que se producen los cambios. Las percepciones que el sujeto
que vive la crisis tiene de los cambios que se van produciendo, son subjetivas
y dependen y están condicionadas por sus recursos económicos, culturales o
psicológicos. En la idea de entender la crisis como cambio, incidió el político
y filósofo italiano A. Gramsci, que escribió que “la crisis está cuando
lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no acaba de morir”, y de paso, el mismo autor nos dejó una perla que quizás algún lector
relacione con el momento actual “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda
en aparecer. Y en el claroscuro surgen los monstruos”. (Gramsci murió en 1937).
Para traer a
colación algo más actual y más cercano, nos podemos referir a los populistas de
Podemos, que ahora tienen algunas dificultades para hablar de “casta”, al
referirse a congresistas y senadores, entre los que ya se encuentran, “La
manera vieja de nombrar lo político ha entrado en crisis pero no
suficientemente. El intento de nombrarlo de otra forma todavía no ha conseguido
imponerse” (J. Lago. Fundación Podemos 25M).
Curiosidades
aparte, una crisis no tiene por qué ser una mala noticia ni tampoco tiene que
significar un “cambio a peor”. En principio no podemos saber, “a priori”, si
los cambios que se van a producir con la crisis nos van a beneficiar, nos van a
perjudicar o cuánto nos van a afectar directamente.
Metidos en la
crisis, los optimistas verán la botella medio llena y los pesimistas medio
vacía, según el optimismo o pesimismo que dominen al carácter de cada uno o la
situación anímica del momento que viven.
En la cultura
china se contempla la crisis, al igual que la cultura occidental, como un
cambio, pero a diferencia de nosotros, no la asocian a un cambio traumático ni
a un empeoramiento de las cosas, sino como un cambio positivo por lo que
comporta de oportunidad para cambiar las cosas a mejor.
¿Cómo vivimos
la crisis?¿Qué sentimientos experimentamos? ¿Son sentimientos racionales?
La vida de una
persona es un proceso de continuo cambio que se inicia con su nacimiento y se
acaba con su muerte. Desde este punto de vista, se podría afirmar que el hombre
pasa su vida en una crisis continua. Sin entrar en muchas disquisiciones
podríamos asegurar que el hombre tiene una tendencia natural a enfrentarse a
los cambios tratando de evitarlos, o al menos de minimizar sus consecuencias.
En las crisis, la
secuencia de lo que normalmente acaece, que se ha venido repitiendo de forma
constante y predecible, se rompe, porque convergen en el tiempo una serie de
acontecimientos que dan lugar a un cambio de las circunstancias que condicionan
el proceso. Estas secuencias repetidas en el tiempo comúnmente se han
transformado en tradiciones tan aferradas a nuestras vidas, que a veces las
utilizamos como argumentos contra el progreso, sin darnos cuenta que casi
todo el progreso en materia de moral se ha realizado dinamitando alguna
“tradición”.
Si ahora miramos
hacia atrás, podemos concluir que prácticamente han coincidido en el tiempo la
globalización liberal del movimiento de capitales, la revolución tecnológica en
el campo de las comunicaciones, la posibilidad del trabajo a distancia y los
grandes avances en el campo de la medicina, que son circunstancias que
individualmente afectan al empleo, y juntas o añadidas a otras, nos abocan
irremediablemente a la crisis.
Cuando aparece la
crisis, los afectados se dan cuenta de que disminuye de forma progresiva el
control que ellos han podido tener anteriormente sobre los acontecimientos, y
eso les crea incertidumbre, inseguridad y falta de confianza en sí mismos. Un
trabajador que pierde su empleo, tras sucesivas tentativas inútiles de buscar
otro, pierde la esperanza de encontrarlo en el mismo lugar, de encontrarlo
contratándose por un precio más bajo, de encontrarlo de acuerdo con su
experiencia o incluso de encontrarlo.
Un proceso crítico
genera muchas incertidumbres porque nadie está seguro de sí mismo al valorar la
situación en que se encuentra, ya que normalmente razona de acuerdo con sus
experiencias pasadas y ésas no sirven para conocer exactamente lo que está ocurriendo
en la actualidad, ni cómo funcionan las cosas en el presente. Algo parecido
ocurre cuando se quieren plantear soluciones para hacer frente a los problemas
imprevistos que nos comienzan a agobiar y no tenemos la capacidad de juicio
adecuada, porque nuestros razonamientos también están basados en conocimientos
y experiencias que los propios hechos han superado.
Es muy difícil
disponer antes y durante la crisis de una información adecuada, e incluso
nuestra experiencia nos dice que, en general, la información es bastante
inadecuada y con tendencia a producir más confusión. Este problema afecta de
modo muy directo a la sociedad española, que a decir de muchos tratadistas, es
muy dada a pasar sin etapas intermedias de un triunfalismo exultante a un
pesimismo mimético.
Nuestras
instituciones oficiales no parecen ser las más idóneas para ayudarnos a superar
nuestras lagunas informativas. Los máximos responsables de la economía nos han
iluminado más o menos así: (Ministro Solbes) “No veo para nada afectado
el sector de la construcción” -abril de 2007-. “Estoy absolutamente tranquilo respecto al
futuro. No hay crisis…” -enero de 2008-. Y su sucesora, Elena
Salgado, en mayo de 2009: “Veía algunos brotes
verdes en la evolución de la economía”. En septiembre de ese mismo año corroboraba que “lo más agudo de
la crisis ha pasado ya”. No vamos a insistir en el ejemplo porque traer las declaraciones del
Presidente del Gobierno de la época, pueden resultar ofensivas para muchas personas
de bien que hoy se ven muy afectados por la crisis.
Conforme se
empieza a manifestar la crisis, muchas personas comienzan a detectar que sus
objetivos personales se están desviando de lo previsto y que si las cosas
siguen el camino iniciado aumentan las posibilidades de que nunca se cumplan.
El que tiene una hipoteca empieza a pensar que no va a poder pagarla y el que
fabrica máquinas y herramientas comprueba que no le llegan pedidos. La
respuesta más frecuente en estas situaciones es experimentar una necesidad
personal de entrar en acción aplicando alguna medida para frenar los efectos o
cortar las causas.
Esta necesidad de
iniciar alguna medida para paliar los efectos de la crisis, acentúa la
impaciencia de los actores que la sufren por un deseo inconsciente de que
cambien las cosas y una constatación de que no es suficiente que se deseé el
cambio para que éste se produzca sin más.
En este punto de
desconcierto suele lanzarse la idea de que hay que confiar en un cambio
exterior que no tiene que ver con el propio esfuerzo ni con la puesta en práctica
de soluciones racionales “El problema de la crisis hipotecaria está
focalizado en Estados Unidos y la potencia americana debería tener la capacidad
de solucionarlo”, Vegara, secretario de
Economía en 2007. Fíate de Dios y no corras, hay que
decir.
La última etapa de
una crisis es sin duda la que más afecta en el ámbito de la personalidad,
porque la tensión personal va aumentando con el paso del tiempo y puede
dispararse hasta convertirse en un fenómeno patológico, donde se mezclan
sentimientos de ineficacia, de falta de confianza e incluso de autoinculpación
por una situación que no hemos provocado en absoluto.
Debido al estado
anímico, las capacidades de relación se deterioran y con ellas las relaciones personales.
Las relaciones patronos obreros se recrudecen e incluso el ambiente se enrarece
entre familiares más allegados, matrimonios, padres hijos, amigos, vecinos,
etc., donde cualquier observación puede sonar a reproche o cualquier acto de
manifestación de comprensión, puede entenderse como una manifestación de
lástima e infravaloración. Es la crisis que nos…
(Próxima
entrega “CAUSAS Y RAZONES”)
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