SAVONAROLA
Hay un país en el centro de América, amadísimos hermanos, al que Cristóbal Colón dio en llamar Costa Rica impresionado por la exuberancia de la vegetación, por la abundancia de la joyería y por los adornos de oro de los indígenas
Según los diarios escritos por Colón a los Reyes Católicos de España, en el territorio existía mucho oro, como dejó escrito en su ‘Carta de Jamaica’, y describió el lugar como "una tierra con un gran litoral lleno de bellezas naturales nunca antes vistas, y muy rica en oro". De ahí que quedara con tal topónimo.
Hoy, Costa Rica es un país del que nadie habla, pero es la
democracia más asentada de toda la Hispanoamérica, algo insólito en países
hijos de esta madre patria y más aún, o tal vez debido a que carece de ejército
por imperativo constitucional, que donde hay educación, el garrote sobra.
Es también un país con gran historia y amante de sus
tradiciones y os voy a contar, mis queridos discípulos, una de sus más
populares leyendas.
Dice que el fantasma del padre sin cabeza se aparece en el
distrito de Patarrá, en una ermita que está en una calle conocida como ‘Calle
del Cura sin Cabeza’, donde el espectro se materializa cantando misa a los
pecadores, pasando todo el rito religioso de espaldas, sin dar la cara, oculto
entre las sombras, hasta que a la hora de dar la eucaristía, cuando el testigo
se acerca, el cura se da vuelta y la persona nota, horrorizada, que le falta la
cabeza.
El sacerdote decapitado sería el espíritu de un ministro
de la Iglesia al que gustaba mucho el juego, que habría amasado una gran
fortuna y la habría ocultado bajo un frondoso árbol de la ciudad de San Ramón,
luego de lo cual habría hecho un viaje a Nicaragua, siendo decapitado en ese
país. Su fantasma se aparecería a los pies del árbol cuidando que nadie le
robase su tesoro.
En la ciudad de Cartago, capital colonial del país,
también se aparecería en las ruinas de la antigua iglesia destruida por los
sucesivos terremotos de 1841 y 1910.
También se imputa al depravado sacerdote, que bien pudiera
haber sido pariente, hermano gemelo incluso, de aquel papa Borgia español a
quien Lucifer guarde confundido en sus infiernos, un horrible sacrilegio,
cuando enamorado de una mujer bellísima, dio muerte, sobre las gradas del
altar, al novio de ella en el momento de la consagración.
Tanto el novio como el cura eran hermanos, enamorados de
la misma mujer, el cura fue decapitado para expiación de su horrible y nefando
crimen y, por la misma causa, su fantasma se aparece en dichas ruinas. Este
asesinato es también la razón, según la leyenda, por la que dicha iglesia no puede
ser reconstruida.
También se narra en Costa Rica, hermanos, la leyenda del
pirata sin cabeza, que allí fueron, según parece, muy de decapitar o en extremo
dados a perder el talento.
Dicen que el tal corsario cuidaría un tesoro producto de sus
correrías en la playa de Tivives, escondido al pie de un árbol de guanacaste.
En la Playa de los Loros, en la desembocadura de los ríos
Jesús María y Grande de Tárcoles, los piratas Bartolomé Sharp y William Dampier
acostumbraban anclar sus buques para descargar seguros sus botines mientras
reparaban averías, reponían provisiones y planeaban la siguiente fechoría,
colocando centinelas en el Peñón de Tivives para advertir el avistamiento de
naves enemigas.
En una de estas aventuras, llegó Dampier cargado de
tesoros, con la intención de ocultarlos para sí mismo, cargado el corazón de
codicia. Confió el plan al compañero que más temía, un viejo pirata con el
corazón de hiena, puños de acero e hijo, según se decía, del mismísimo diablo,
ofreciéndole compartir la presa.
Engañaron a los compañeros enviándoles al Peñón, pasaron
la carga a la playa y cavando un hoyo al pie de un inmenso guanacaste, y
dejaron allí el botín.
Pero Dampier, ya puesto, traicionó también a su compinche,
le asestó una puñalada trapera y le arrancó la vida. Pero éste, mientras caía
en el hoyo, clamaba venganza a su padre Satanás. El Demonio, que como sabéis es
ubicuo y anda al acecho por todas partes, llegó pronto, metiéndose por la boca
del muerto, que gritó “¡Aquí!” para horror del otro pirata.
Desenvainando su sable, Dampier le cortó la cabeza, pero
cuál sería su sorpresa cuando el cuerpo decapitado del pirata levantose,
extendió su brazo al mar y volvió a gritar “¡Aquí!”. Huyó Dampier mientras el
cadáver andante y decapitado del otro le perseguía. Los otros piratas,
espantados ante el satánico prodigio, levaron anclas y abandonaron para siempre
el sitio, mientras el fantasma del pirata sin cabeza continuaba gritando su
espeluznate “¡Aquí!”, el brazo extendido hacia la inmensidad del océano.
Desde ese día, cuentan los pescadores que en las noches de
luna llena y al llegar la medianoche, en el Peñón de Tivives un fantasma sin
cabeza que lanza un grito extraño se pasea por las rocas, y que en el mes de
octubre, una lancha misteriosa que nadie maneja desciende por el río Jesús
María y se estaciona frente a un árbol de guanacaste, donde el pirata sin
cabeza aún espera a un hombre sin miedo que quiera compartir el tesoro
enterrado.
Otra leyenda, pero de este lado del océano, habla de un
alcalde sin cabeza. El tal edil, se aparece sin necesidad de ser invocado y so
pretexto alguno para gritar a los cuatro vientos, en noches con luna o sin
ella, mas en los días, siempre arrimado al sol que más calienta.
El regidor sin cabeza pagaba a sus cortesanos fieles, queridísimos
hermanos, estipendios más grasos que magros sustentados siempre en nóminas a
tiempo parcial. Igual daba que fuera por el 50 que por el 99 por ciento de su
jornada.
Sin embargo, cuando algún malandrín osaba hacerle ver que
tal salario no lo ganaba el común de los mortales ni aún laborando desde antes
del alba hasta después de anochecido, el alcalde decapitado oponía, cual
monótona letanía, “cotizan por cuatro horas, mas trabajan veinticuatro”.
Y, héteme aquí, amados míos, que vino en oírle ante testigos
un funcionario. El público empleado no era sino inspector de carrera del cuerpo
adscrito a Trabajo y, solícito, inquirió al corregidor.
- Discúlpeme vuesa merced. Me ha parecido escucharle que
los allegados de su consejo cobran 1.200 maravedíes por tan sólo media jornada.
- Así es y no es –contestole el alcalde ufano usando ese
lenguaje político que al mismo tiempo dice una cosa y la contraria.
- ¿Y cómo es posible tal maravilla? –requiriole el asaz
taimado cancerbero del público dinero.
- Direle, afable desconocido –replicó-, que no es ninguna
cosa del otro jueves. Ni tan siquiera del anterior. Todo el mundo conoce por
estos lares, que mis tales servidores cotizan por cuatro horas, mas laboran
veinticuatro.
- ¿Y dice voacé que es comidilla común, o sea, que todos
aquí lo saben y, por tanto, son testigos?
- No le quepa duda, mesié. Y voto a bríos que es así,
pardiez –repuso la autoridad del pueblo.
- Pues sepa vuesa merced, que yo soy don Lope de Sosa, y
direle a usted la cosa más brava que hoy habrá oído. A mí me paga el rey,
mesié, para asegurarle que usté, como el villano de a pie, cumple puntual con
el fisco y con la seguridad social. O sea, escúcheme, que si cotiza por cuatro,
la jornada no sea de veinticuatro. Y eso vale para usté y para el tato también.
Y así fue que el tal funcionario le abrió cumplido
expediente que, al tiempo, resolviose como solía en el País de las Maravillas:
Le cortaron la cabeza y de ahí a deambular en noches de luna llena, todo es
coser y cantar.
Y esto tiene moraleja, queridos hermanos. Si delinques,
seas alcalde o alcaldesa, concejal o ‘concejala’, que no se sepa y, al menos,
no seas tú quien lo pregone. Vale.
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