AMANDO DE MIGUEL
05·11·2015
SON TIEMPOS DE grande tribulación, éstos que vuelan. No sólo se trata de la carestía de la vida y la precariedad de los empleos. Mal que bien, de tales infortunios los españoles nos defendemos bastante bien. De peores coyunturas hemos salido con dignidad. El asunto primordial no es económico. De ahí el error de basar la campaña electoral en si hemos superado o no la crisis. Galgos o podencos.
Las angustias colectivas son de otro orden. España, queridos paisanos, se nos desmorona sin remedio. No es, como creíamos, la nación más antigua de Europa, puesto que ya vemos que todavía está por hacer. No otra cosa es esa excrecencia de los españoles que no quieren serlo, que reniegan de los símbolos nacionales, de la Historia patria, que blasfeman sobre la Virgen del Pilar. Acaso no encontraron otra más española.
Domina la apoteosis del gusto soez, de la coprolalia (la patología excrementicia). Véase la estampa de la señorita que recibe el premio literario más generoso y se presenta ataviada con una blusa que pone “mierda”. Si fuera como autodefinición, podría pasar.
Lo peor de todo es la exaltación de la mediocridad. En la política, el arte, el pensamiento, la televisión triunfa la ramplonería. Da la impresión de que en muchos casos se seleccionan a los indigentes intelectuales.
Lo anterior es compatible con la enorme vitalidad del pueblo español, incluso de algunas instituciones. Por ejemplo, resulta modélico el sistema de trasplantes de órganos. Curiosamente se trata de la parte de la Sanidad no transferida a las comunidades autónomas. Resultan igualmente ejemplares la Guardia Civil, Cáritas, las Escuelas de Negocios y otras instituciones. El deporte brilla como nunca, sea como espectáculo o como ejercicio. Hay más ejemplos, pero no quitan para el desconsuelo que producen estos muros de la patria nuestra, que son de adobe.
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