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Estoy dispuesto a cambiar (pero luego no os quejéis)

JUAN LUIS PEREZ TORNELL

29·01·2016


EL ALCALDE DE Torre de Juan Abad, municipio de Ciudad Real, sería en Sicilia un mafioso arrepentido, un quebrantador de la “omertá”, antiguo código de conducta de la Mafia por el que nadie nunca sabía nada de nada. 

Protegidas por el cenagoso silencio de la comunidad, las sagradas reglas de la Cosa Nostra se respetaron durante largos años hasta que empezaron a traicionarlas no los soldados o las piezas menores, sino precisamente los capos o los “consiglieri”, y es precisamente el incumplimiento de estas leyes, de estos sobreentendidos aceptados con una mirada, lo que ha dañado tanto, en el caso de en Sicilia, a la “onorabile società”. 

Las Leyes hay que respetarlas o al menos fingir que se respetan para que la estructura social no se resienta y se acabe por desmoronar. Aunque sean leyes no escritas. 

El Alcalde de Torre de Juan Abad no es un alcalde arrepentido que ha decidido contar lo que sabe como defensa porque le hayan amenazado o en venganza porque hayan matado a su familia, sino un ingenuo que piensa, como tantos otros, y no les falta razón, que la corrupción prolongada se convierte en uso social tan aceptado como respetable e incluso adquiere valor de ley. De no ser así ¿cómo lo hubiera consentido el Estado sin reaccionar, a través de sus lacayos más fieles, secretarios de Ayuntamiento y fiscales del reino? 

Y así se permite imprudentes admoniciones expresas cuando debiera bastar un movimiento de cejas o una metáfora irónica para dar a entender a sus convecinos lo que ya estos saben y aceptan. 

Dice este buen señor mientras es grabado para la posteridad o para un inexistente NO-DO: “Desde 1942 hasta hoy, todos en el Ayuntamiento han entrado igual”. A dedo. Y que los ocho alcaldes que lo precedieron obraron de igual forma, si bien y aunque ésta es tradición más acrisolada que la del toro de la Vega, él esta dispuesto a hacer las cosas de otra forma, aunque advierte “pero luego no os quejéis”. Hay gente que vive muy a gusto en la Edad Media o al socaire de los caciques, y es capaz de protestar porque lo trasladen al confuso régimen salido de la Revolución Francesa. 

Ya lo sabíamos, buen hombre, pero no nos lo diga de forma tan cruda, que igual se nos remueven las conciencias y empezamos a cuestionarnos cosas. Hay quien cree de buena fe que en un ayuntamiento sólo pueden trabajar los del pueblo y nunca los forasteros. Especialmente si son del pueblo vecino y rival. Y que esa circunstancia hay que hacerla constar como requisito en cualquier llamamiento al trabajo público para que nadie se llame a engaño. Porque en el otro pueblo hacen lo mismo y no vamos a ser tan tontos para no pagarles con la misma moneda. 

Ya lo sabe, el noble pueblo castellano manchego, por expresión rotunda de su Alcalde D. José Luis Rivas Cabezuelo, el hombre que desveló el secreto de Polichinela: en el Ayuntamiento se trabaja cuando a uno le toca, en función de criterios que poco o nada tienen que ver ni con la igualdad, ni con el mérito ni con la capacidad, sino con los criterios de justicia sanchopancesca o con el azar, que en este caso pesa tanto como la necesidad. 

A mí este hombre me recuerda al del chiste: un viejo socio de un elitista club es llamado discretamente en un aparte y se le informa que la directiva ha recibido quejas por su conducta y que debe dejar de orinarse en la piscina. 

- ¿Por qué? – contesta extrañado el interpelado – si todos lo hacen… 

- Sí señor marqués, pero no desde el trampolín.” Fin de la cita. 

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