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Donde se habla de los Tres de la infamia y de en qué momento se jodió el Perú

SAVONAROLA

07·03·2016

Eddie Fowlie, amadísimos hermanos, llegó a Carboneras en 1961 buscando localizaciones para la película Lawrence de Arabia. Carboneras era por entonces un pequeño pueblo de pescadores y una fábrica de esparto y pensó que era el lugar perfecto para construir la ciudad de Ákaba. Fowlie se enamoró de esta zona, decidió fijar su residencia y construir un hotel al que bautizó con el nombre de El Dorado 

Pero no os hablaré hoy, caros míos, del de Fowlie, sino de otro El Dorado, el de la leyenda, aquél cuya búsqueda ocupó a Pizarro, Almagro, Hernando de Luque, Núñez de Balboa y volviera más loco aún de atar a Lope de Aguirre, el vascón que se rebeló contra Felipe II en pos de su particular fiebre del oro. 

La leyenda se origina en el siglo XVI, cuando los conquistadores españoles supieron de una ceremonia en la que un rey se cubría el cuerpo con polvo de oro y realizaba ofrendas en una laguna sagrada. 

La noticia de tal riqueza atrajo a numerosas expediciones originadas en toda la Nueva España y se mantuvo vigente hasta bien entrado el XIX. 

La historia se inicia en Panamá, cuando el conquistador Vasco Núñez de Balboa emprendió las primeras expediciones hacia el interior del istmo. En su camino, los españoles se cruzaron con la tribu del indio Comagre, del cual recibieron esclavos y algo de oro, entre otras cosas. Según las crónicas, cuando Núñez de Balboa realizó el reparto del preciado metal entre los soldados, se produjo una riña entre algunos españoles disconformes con la partición. En ese momento, Panquiaco, hijo mayor de Comagre, golpeó la balanza, y se lamentó: 

"Si yo supiera, cristianos, que sobre mi oro habíades de reñir, no vos lo diera, ca soy amigo de toda paz y concordia. Maravíllome de vuestra ceguera y locura, que deshacéis las joyas bien labradas por hacer de ellas palillos, y que siendo tan amigos riñáis por cosa vil y poca. Más os valiera estar en vuestra tierra, que tan lejos de aquí está, si hay tan sabia y pulida gente como afirmáis, que no venir a reñir en la ajena, donde vivimos contentos los groseros y bárbaros hombres que llamáis. Mas empero, si tanta gana de oro tenéis, que desasoguéis y aun matéis los que lo tienen, yo os mostraré una tierra donde os hartéis de ello". 

Maravillados los españoles le preguntaron a cuánta distancia estaba de allí, a lo que Panquiaco respondió que se llamaba "Tumanamá" y que estaba a seis jornadas, aunque en su camino debían atravesar unas sierras antes de llegar a la otra mar. Ese relato y la ambición que alumbró sirvió para que, en 1513, Vasco Núñez de Balboa diera en descubrir el Océano Pacífico, al que llamaría con el nombre de "Mar del Sur". 

En 1522, Pascual Andagoya emprendió un viaje hacia las costas del sureste, donde los indios del lugar le contaron que todas las lunas llenas venía gente por el mar en canoas a hacerles la guerra desde una provincia ubicada al sur llamada "Birú", que habría, luego, de ser el Perú. Y Andagoya se embarcó a explorar aquellas costas, donde recogió las primeras noticias del Imperio Inca. Desde entonces, según relata el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, "no se hablaba de otra cosa, sino de la rica y lejana provincia de Perú". 

Otros que le siguieron, Pizarro, Almagro y Hernando de Luque, pasaron allí años de continuos fracasos sin encontrar nada relevante. En las luchas con los indios, Diego de Almagro llegó a perder un ojo, acuñando la frase "este negocio me ha costado un ojo de la cara". 

Después de tuerto partió hacia Panamá en busca de refuerzos mientras Francisco Pizarro lo aguardaba con el resto de los soldados, quedándose varios de ellos retenidos en contra su voluntad. El descontento entre la tropa era ya muy grande y casi todos mostraban intenciones de querer desertar. 

En esa situación extrema, con todo a punto de perderse, Francisco Pizarro desenvainó su espada, marcó una línea en la arena y desafió a sus soldados diciéndoles que debían elegir entre quedarse de ese lado, yéndose a Panamá a ser pobres, o arriesgarse a cruzar la línea hacia el Perú, donde se harían ricos. Sólo trece hombres decidieron continuar en la expedición, quienes luego serían conocidos como los "Trece de la fama". Poco después, tras continuar navegando hacia el sur, en abril de 1528, Pizarro y sus hombres desembarcaron en Túmbez, en Perú, donde hallaron grandes riquezas. Tras conseguir lo que tanto habían anhelado, Pizarro retornó a Panamá con el objetivo de que el rey de España lo nombrara Gobernador del Perú, y ése fue el inicio de la conquista del Perú. 

Varios siglos más tarde, Mario Vargas Llosa comienza su novela ‘Conversaciones en la catedral’ con su protagonista, Santiago Zavala, haciéndose una de las preguntas más conocidas de la literatura universal: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”. 

La novela retrata el ambiente de corrupción propiciado por una oligarquía que gobernaba el país a su antojo y en su propio beneficio, y a mí me ha traído el recuerdo, mis queridos hermanos en Cristo, de las andanzas y tribulaciones de cierto círculo o triunvirato que regía y rige el continente financiero más rico de toda la provincia de Almería. 

Recordando pues a Vargas Llosa cabría no ya empezar, como hizo él, pero sí ir encarando el final del artículo con un interrogante: ¿hubo infamia en el proceder de Viúdez, Heredia y Alonso?, y hasta dos ¿acaso fue la sociedad cooperativa su El Dorado particular? Hay, aparte de preguntas, hechos. Es un hecho que han logrado cubrir sus cuerpos de oro y que ante ello el Consejo Rector no ha hecho pública la apertura de ninguna investigación en aras de la transparencia a su casi millón y medio de socios, sobre los caminos seguidos por sus insignes empleados para obtener bolsillos tan refulgentes. 

Antes bien, la Entidad guarda silencio, en contra de lo que ordenan sus propios estatutos, dando la apariencia de que no se vela por el buen nombre e imagen de La Caja, a cuyos intereses, como al conquistador Almagro, las aventuras de este trío quién sabe si podrían haberle salido por un ojo de la cara. 

Este Consejo Rector, a diferencia de lo que creía Caín, sí es guardián de sus hermanos y la aparente falta de actuación en este caso es harto y asaz elocuente. Yo no sé en qué momento se jodió el Perú, hermanos míos, pero al volver esta página hallaréis pistas que ponen nombre y apellidos a quienes encontraron Tumanamá. Vale.

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