JOSÉ MARÍA MARTÍNEZ DE HARO
05·05·2016
COMO CABRÍA ESPERAR, los partidos políticos han concluido sus negociaciones sin haber alcanzado una mayoría de gobierno. Sólo los muy ilusos vieron oportunidad de que el interés general se antepusiera al interés personal o partidista. Hubiera sido una ocasión de redimir a la clase política y que la dignidad que acompaña toda gestión pública en los países verdaderamente democráticos también pudiera aplicarse en España.
No ha sido así y ha comenzado el proceso de disolución de las Cortes y la convocatoria de nuevas elecciones para el 26 de junio próximo. Ocurre que no hay antecedentes para abordar esta nueva situación. Los analistas consideran esta convocatoria como una segunda vuelta sin serlo de manera estricta. Pero parece cierto que el periodo trascurrido desde el 20 de diciembre de 2015 hasta ahora, no es tiempo suficiente para alterar significadamente los próximos resultados electorales. En realidad ha ocurrido lo peor que podría ocurrir porque nadie parece dispuesto a cambiar de actitud y deponer exigencias para poder alcanzar acuerdos de mayoría. Si las encuestas aciertan, la posible coalición de partidos mayoritarios y constitucionalistas habría de pasar por el entendimiento entre PP, PSOE y Cs. Pero según declaran los significados socialistas Antonio Hernando y el propio Pedro Sánchez, esto no será posible porque el PSOE sigue firme en su actitud de no hablar con el PP. Y de este modo no habría escaños suficientes entre PP y Cs. De otro lado, la posible coalición electoral entre Podemos e IU podría mejorar los resultados de la izquierda moderada y la extrema izquierda por concurrir en una sola lista con los efectos de la Ley D´Hont. De producirse así, la situación volvería a ser muy similar a la que ha acabado en este fracaso por la necesidad de contar con partidos independentistas y minorías antisistema. Fracaso que volvería a repetirse si algo sustancial no altera estas previsiones y volveríamos al punto de partida.
Parece que en este sainete de juegos e intrigas, nuestros políticos no perciben el cansancio, la hartazón y el asco que produce semejante situación. De percibirlo, estarían ya en el análisis sincero de su fracaso, de sus muchos errores y de su manifiesto egoísmo y, tal vez, podrían pedir perdón por tanto tiempo y dinero perdido. Tiempo y dinero que los muy sacrificados españoles volverán a poner sobre la mesa para costear las nuevas elecciones. Los cálculos más rigurosos estiman en 187 millones de euros el coste electoral. De ese dinero, 42 millones serían para subvencionar a los partidos políticos por votos y escaños conseguidos. Y todo ello cuando en estos cuatro meses diputados y senadores han percibido ya 14,3 millones de euros en concepto de salarios, aún cuando su labor legislativa ha sido nula llegando finalmente a este gran fracaso. Por todo ello, resulta inútil el cruce de acusaciones y reproches de unos a otros en un vergonzoso ejercicio de ambigüedad y auto exculpación. El fracaso es de todos sin excepción ni excusas. Así que sobra la soberbia y el cinismo porque los ciudadanos perciben una realidad de insufrible mezquindad política donde destaca la incapacidad y escasa preparación de muchos dirigentes. Al parecer la cosa no da para más.
Estamos esperando las declaraciones de responsabilidad porque es momento de ajustar los tiempos y acortar las interminables, costosas y aburridas campañas, los mítines, los carteles y toda esa parafernalia electoralista que está superada por la realidad de las redes sociales y todas las herramientas de internet. Si algo hemos de aprender es momento de aplicarlo efectivamente y utilizar todos los recursos del siglo XXI, en vez de abordar las viejas técnicas del siglo XX. Viejas a la par que muy costosas en momentos de crisis. Si algún partido fuera capaz de trasmitir este mensaje seguro merecería la simpatía y el afecto de millones de españoles que no entenderán por qué se ha de volver a gastar en seis meses semejante dispendio. Y asimismo podrían renunciar todos los partidos a la percepción de la subvención de 42 millones de euros por votos y escaños por la razón que ya la han percibido hace apenas seis meses. Dichas partidas podrían apuntalar el gasto en sanidad y educación, los grandes agujeros por donde se cuela la mayor parte del gasto social. Sería ejemplo de que las cosas pueden cambiar y de que la clase política y los partidos son capaces de asumir la realidad social que asola a millones de españoles asombrados del espectáculo bochornoso que ofrece la política española.
Si de todo este enredo podemos obtener soluciones razonables, se podrá decir que la democracia es capaz de renovarse y salir reforzada en los vínculos de representatividad que dan valor a cada periodo
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