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El artista se hace fotógrafo

MIGUEL ANGEL SANCHEZ


Cristóbal Fernández. Artista.
21·10·2016

Cristóbal Fernández es una animal político malherido. No sólo él, también su compaña. Con carencias que no vienen al cuento y ocupaciones que nadie es capaz de concretar pero escasamente rentables, por no decir nulas, deambula sin rumbo junto a quien algunos han señalado como su testaferro, el empresario Juan Parra, y un joven que identifican como su sobrino, el mismo con el que comparte asesoría urbanística en unos tiempos en los que no sale adelante un proyecto. 

“No tiene un duro, ni él ni su amigo Juan. Harto trabajo tienen con salir adelante”, cuenta un condescendiente empresario de Pulpí que mantiene relaciones con ellos y que sólo puede expresarse así porque no los ha sufrido. 

Desde su más tierna juventud, Fernández ha vivido de la poltrona política desde donde ha sido generoso con los suyos, los de su estirpe. No faltaron sueldos para hermana, sobrinos, primos y demás. Pagaba el Ayuntamiento. Tampoco para él. Ni siquiera necesitó sacarse el carné de conducir porque siempre había alguien dispuesto a llevarlo en el asiento del copiloto. Me recuerda a Paquirrín en sus años más mozos. Para desesperación de su madre la Pantoja, no era capaz de aprobar los test de tráfico. Mientras los cámaras y reporteros le seguían, el ‘gracioso’ de los Ribera, con gesto adusto, caminaba con rapidez hacia el vehículo, siempre directo al asiento delantero del acompañante. Abría la puerta y cerraba sin mirar a cámara ni abrir la boca. Nunca faltó un amigo que se pusiera a los mandos y le sacara de aquel regimiento de periodistas ávidos de exclusivas para la prensa rosa. Al final obtuvo el carné y ya no necesita a nadie que le conduzca. 

Cristóbal Fernández no ha superado en este aspecto a Paquirrín. Sigue en el asiento de al lado. Cerca de los sesenta años, sin ocupación conocida más allá de la de artista pintor que no consigue llenar galerías, y sin muchas más satisfacciones que una letras dedicadas a su arte por los residuales contactos que le quedan en un mundo de la prensa que tiempo atrás reía sus gracias a cambio del talonario de la publicidad institucional, desprovisto de la capa de armiño, no es más que una sombra que persiste en la intriga política y, a decir del delator Daniel Irujo, también en la de los negocios especulativos inmobiliarios, de los que no reniega pero se esconde. 

Necesita el poder como el metrosexual la depilación y las cremas. Sin ellas no se reconoce. O no le gusta ser reconocido. 28 años de alcalde hacen costumbre y la costumbre, cree, desemboca siempre en derecho. El derecho a gobernar Carboneras, el derecho a designar a los de su estirpe para mantener el control. 

Cuando en 2011 tenía que someterse al, esta vez, impredecible dictamen de las urnas, la demoscopia más exacta le situaba a varios metros del sillón presidencial en los plenos, en la bancada de la oposición. Por eso se marchó, o mejor, no concurrió, y maquinó con unos y otros para poner y quitar candidato en el PSOE local. En realidad no eran más que maniobras de distracción para despejar el camino del sobrino, el heredero. Su gran apuesta. Y también fallida. Dicen que Amérigo, su sobrino monaguillo, ya está cansado. Dos intentos y dos fracasos se traducirán en 8 años de oposición que no todo el mundo aguanta. 

El camino de los tribunales para desmontar de la Alcaldía a Salvador Fernández no fructifican. Es lo que tienen las prisas cuando se fabrican aparentes falsedades tipo “se nos niega la información”. 

El juicio previsto para el 28 de octubre contra el regidor por impedirles acceder a la documentación municipal se ha suspendido. La Audiencia Provincial ha tenido en cuenta el recurso del alcalde donde pone de manifiesto la pésima instrucción del caso en los juzgados de Vera. El juez instructor o la juez instructora, qué más da, se pasó por alto consultar al secretario y al jefe de la policía. De haberlo hecho habría tenido que archivar porque ambos funcionarios han declarado por escrito que Amérigo, el sobrino monaguillo, hizo lo imposible para dar apariencia de opacidad a un gobierno y unos trabajadores públicos que reclamaban su presencia una y otra vez para que visionara aquello público que quería analizar. Así que, vuelta atrás y a instruir desde el principio. Otro fracaso de los Fernández con sello de Cristóbal, el mentor. 

Con su amigo Parra, Juan, ‘apatrulla’ la ciudad a la espera de tiempos mejores que seguramente no llegarán. Las expediciones de ambos a las tierras que descubrió aquella gloriosa España, aunque colonizadas finalmente por la corona portuguesa, llegaron a reunir un gran reino de muchos kilómetros cuadrados a los que faltaba un Ayuntamiento que el propio Cristóbal dirigiera hacia el camino de las riquezas. Lo cuenta el que se autodenomina socio de ambos, el abogado Daniel Irujo; otro de los que reconoce ser, “como ellos”, de “la cáscara amarga”. 

El Próder pesquero era una excelente alternativa a los desengaños que trajo el Nuevo Mundo, por eso, con el concurso inestimable de quien ostenta el más grande cetro de la ignorancia política comarcal, la alcaldesa de Garrucha, trató de urdir un plan que le sacase de la tediosa inactividad y le colocara al frente de la gerencia o de cualquier otro puesto alimentado de dinero público. Un buen sueldo para llevar a casa y una gran oportunidad para mangonear 2 millones de euros en subvenciones para las gentes de la mar. 

Demasiado riesgo poner tanto dinero en manos de dos muy capaces de dirigirlo por destinos muy previsibles. La sensatez de algunos secundarios que les apoyaban deja en vía muerta el intento de desplazar al Próder auténtico, el de toda la vida, que ha dado muestras sobradas de solvencia y justa administración. 

Dijo una vez Aristóteles de su maestro: “Amo a Platón pero amo más a la verdad”. Y así el discípulo dejó las cosas claras y marcó honorablemente distancia con su tutor. “Amo a Carboneras, amo a los carboneros, amo a esta comarca, pero me amo más a mí mismo”. Si Fernández hubiese proferido en alguno de sus distinguidos discursos esta frase, nadie podría sentirse engañado. Con las cartas sobre la mesa no hay espacio para tahúres del Mississippi. 

En situación de encallamiento, Cristóbal lucha a la desesperada contra la frustración que provoca la descoordinación entre lo que uno es y lo que uno cree que vale. Y encima esa especie de fatalidad que parece cebarse en él, que en realidad no es más que el resultado de una vida política ofrendada al chanchullo de la venta de terrenos municipales, brindar sin peaje toda Carboneras al Parque Natural, el trajín de la compra de voto por correo, el laberinto administrativo y especulativo del Algarrobico… 

Purga además el carbonero su incontinencia verbal que humilla al prójimo y purga el turbio destino de muchos millones dispuestos y gastados sin la transparencia debida. Hartos están en el actual gobierno de proclamarlo. 

Mejor “que te teman a que te amen”, recomienda Maquiavelo en El Príncipe. Así conquistarás más tierras, te respetarán tus enemigos y quedarás salvaguardado de tus propios. Seguramente Cristóbal jamás leyó el pasaje. Posado en el sillón desde tan joven, la Alcaldía no deja tiempo para la literatura. Pero no importa, a Nicolás el florentino lo lleva en la genética. 

A mí, que dirijo este medio, ha tratado de callarme con amagos de querellas que sigo esperando; con conspiraciones junto a quienes no me premian con sus afectos; con desprecios al “panfleto” –así lo llama él- que ustedes tienen en sus manos, pero que busca cada quincena con avidez fuera de Carboneras para leerlo con interés. 

Me cuentan que Andrés Segura, el exalcalde de Garrucha con el que he compartido tiempos de sincera cercanía y otros de auténtica tempestad, le respondió no hace mucho en el puerto de la villa: “¿Pero Cristóbal, tú no estabas ocupado con tus terrenos de Brasil?”. Fernández le preguntaba ansioso qué podía ofrecerle para ‘meterme mano’. Qué obsesión. 

Semanas antes, él mismo, su amigo-socio (Irujo dixit) Juan Parra y el sobrino monaguillo que purga tristezas por lo que soñó ser y no es, me presentaron en los juzgados de Vera tres demandas de conciliación en tiempos y contenidos distintos, exigiéndome más de un millón de euros y mi arrepentimiento público por todo lo publicado sobre los casos Cacoub, Bayamako Invest SL, Rifeire SL, Pitanga Catú SL, Promoprogreso 2.000 SL, Tocantins, Fazenda Bom y todas las presuntas componendas brasileñas del exalcalde. 

Una arrogante y nada simpática abogada, Julia Rubio, que no me dio ni los buenos días sabiendo que era uno de los millones de españoles que con sus impuestos pagó sus estupendos honorarios vía Ayuntamiento de Carboneras por no se sabe muy bien qué contraprestaciones, anunciaba allí mismo, ante el oficial del juzgado, que tras mi negativa a allanarme a aquellas exigencias, la interposición de un rosario de querellas de forma inmediata que, repito, sigo esperando. 

Y por último la más reciente faceta del artista, la fotografía. El oscuro personaje que un día tras otro gobernó Carboneras hasta 28 años, busca a mi esposa y le hace fotografías en la vía pública. Ella se da cuenta y le interpela: “¿Pero Cristóbal, es que me estás fotografiando?”. “¡Noooo!”, responde él otrora forzudo político, arrugándose e intentando disimular, colocándose ante la fachada de Galasa y disparando de nuevo su móvil en un intento de consumar la maniobra de despiste. 

Cuánta bajeza para lo alto que subió. Su nombre sonó hasta para consejero y fue ‘padre’ de Andalucía en el Parlamento. Hoy, sin embargo, un profundo abismo se ha abierto bajo sus pies. Tanta carrera política para acabar fotografiando a hurtadillas a las esposas de los periodistas que detesta. He aquí la talla de un gran hombre.


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