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“Me estoy envenenando sin conseguir calmar el dolor”

Juana Invernón Cervantes estuvo más de tres años sufriendo un tratamiento para una enfermedad que no tenía y lleva seis meses en lista de espera para una operación que termine o mitigue su dolor. Mientras tanto, la sanidad que no la cura la atiborra de morfina 



Juana Invernón Valero
Miguel Ángel Sánchez/ 20·12·2016

Detrás de las cifras y fríos balances sanitarios, suele haber historias humanas y personas que sufren la repercusión de decisiones adoptadas por responsables políticos en el ámbito de lo público y, también, por algunos profesionales. Es el caso de Juana Invernón Cervantes, una veratense “muerta en vida” que estuvo más de tres años sufriendo un tratamiento para una enfermedad que no tenía y lleva seis meses en lista de espera para una operación que termine o mitigue su dolor. Mientras tanto, la sanidad que no la cura la atiborra de morfina que necesita, cada día, en mayor cantidad. 

“Me tomo a diario un montón de pastillas –dice Juana-. Mañana, tarde y noche. Protectores de estómago, tranquilizantes y dos tipos distintos de morfina. Ahora me tienen que aumentar la dosis, porque no me hace ningún efecto cuando, hasta entonces, yo estaba más sana que una manzana.”. 

Entonces era el principio de cuatro veranos atrás. “Yo estaba trabajando. Sentí un crujido en el hombro, pero continué con la faena sin darle mayor importancia, tomando analgésicos por mi cuenta para calmar el dolor. Eso fue sobre el mes de junio de 2012. Estuve varios meses yendo a urgencias cada dos días para pincharme antes de acudir al trabajo. A veces me acompañaba la encargada y, un día, la ATS le dijo que yo no podía seguir trabajando en las circunstancias en las que estaba. Acudí al médico, que me dio la baja el 20 de agosto y cita para que me vieran en traumatología”. 

Pero lo que parecía ser el principio para la solución de una incipiente, pero molesta y dolorosa enfermedad, no fue sino el comienzo de un suplicio que Juana Invernón vive desde hace cuatro años y medio. 

“Me hicieron un montón de pruebas y me mandaron a rehabilitación. Lo más sorprendente es que me administraron cuatro infiltraciones sin que todavía existiera ningún diagnóstico de lo que yo tenía. Unas veces me decían que sufría una tendinitis. Otras, que capsulitis. Cada vez que iba a ver al médico salía con una enfermedad diferente”. 

Así pasaron tres años, hasta que en 2015 tuvieron que enviarla a la unidad del dolor tras otros siete meses en rehabilitación que acabaron peor que empezaron. 

“Cuando comencé ese periodo de rehabilitación, el brazo me dolía muchísimo, pero podía levantarlo hasta que, una vez, me mandaron hacer un estiramiento y ya no pude hacerlo más del dolor que sentí y sigo siento al intentarlo”, explica Juana. 

“Poco tiempo después, me citaron para una reunión en el Hospital de Huércal Overa. Entré a la consulta acompañada por uno de mis hijos y allí me encontré con cinco médicos. En esa reunión me dijeron que lo mío era un caso único. En ese momento se me vino el mundo encima. Yo me quedé a cuadros, sin saber qué decirles, pero mi hijo, con mucha educación, eso sí, les dijo que no se lo podía creer, que lo que me estaban diciendo, al cabo de tanto tiempo, le parecía muy fuerte. Les dijo cuatro verdades, pero siempre muy educadamente. Decidieron enviarme a Almería y mi hijo les preguntó que por qué esperaron tanto y no lo hicieron antes”. 

Y lo que empezó con un crujido en un hombro, derivó en un serio problema de estabilidad emocional que ha desequilibrado por completo la vida de esta mujer. “Estoy en tratamiento psiquiátrico desde 2012 –asegura-, pero no estoy loca. Lo que me pasa es que no aguanto más porque no puedo pegar un ojo por la noche. Duermo a base de pastillas y sufro depresión y ansiedad causadas por el dolor constante en el hombro. En mayo del año pasado, el psiquiatra me dio el alta, pero no porque me haya curado, sino porque, según él, hasta que me arreglen el hombro seguiré igual”. 

“Estoy tomando un montón de pastillas tranquilizantes y dos tipos diferentes de morfina dos veces al día, pero ahora me tienen que aumentar la dosis porque apenas me hacen efecto. Me estoy envenenando sin conseguir calmar el dolor”. 

“Finalmente, me han diagnosticado que tengo un nervio dañado. Me mandaron al reumatólogo de Torrecárdenas en julio del año pasado y, en octubre, al neurólogo, que me recetó una prueba y me dio otra cita para más adelante, pero pasó el tiempo sin que me llamaran para hacérmela. Así que cuando llegó el día de la segunda cita con el neurólogo, la prueba estaba sin hacer, así que me ingresó el 22 de marzo en Torrecárdenas para forzar que me la hicieran y, con ella, detectaron que tengo un nervio dañado. Ahora sé que me tienen que operar para abrir un hueco en el hueso, rasparlo y hacer pasar por ahí el nervio, pero estoy en lista de espera desde abril. Seis meses ya y sin noticias sobre cuándo me van a intervenir”. 

La vida de Juana es lo más parecido a un auténtico infierno. “Mi día a día consiste en permanecer acostada con el brazo en cabestrillo y salir lo imprescindible con muchísimo esfuerzo y dolor. No puedo coger en brazos a mis nietos ni hacer de comer. 

Siento como si me estuvieran arrancando de cuajo trozos de carne. El dolor me llega desde el hombro hasta el pecho”. 

Por si todo lo contado fuera poco, Juana asegura que lo peor es no conocer el descanso. “A pesar de las pastillas que me tomo, no consigo dormir más de cuatro o cinco horas al día. Me duermo muy tarde y me despierto muy temprano. No descanso. Estoy muerta en vida”. 

Sin embargo, aunque admite que a ella le ha ido “fatal”, se niega a enjuiciar la sanidad. “Me han estado tratando tres años y medio de un problema de tendones, y hasta el pasado mes de marzo no se dieron cuenta de que se trataba de un nervio. Me han destrozado la vida. Sólo pido que no jueguen con la vida de las personas”.


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