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El Sombrerero loco en el país de la basura

SAVONAROLA

06·02·2017

Despreciado y rechazado por los hombres,
varón de dolores, hecho para el sufrimiento.
Todos evitaban mirarlo;
fue despreciado, y no lo estimamos.
Isaías 53:3


Dijo el apóstol Santiago a sus discípulos: “¿Está enfermo alguno de vosotros? Haga llamar a los ancianos de la iglesia para que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. La oración de fe sanará al enfermo y el Señor lo levantará. Y si ha pecado, su pecado se le perdonará”.

Amados míos, la ciencia, como bien sabéis, adelanta que es una barbaridad, según dijera la chulapa en ‘La verbena de la Paloma’ con música del maestro Bretón, y conocéis, también, un fenómeno que se basa en poseer dos ideas contrapuestas o incompatibles sobre un mismo aspecto que puede originar estados de tensión, incomodidad o malestar al no ser capaces de armonizar lo que se piensa o dice con aquello que finalmente se hace.

Ese fenómeno del que hoy os hablo lo llamó disonancia cognitiva un tal Leon Festinger y lo categorizó como una enfermedad o disfunción de la conducta de los hombres. 

¿Recordáis a aquel personaje de 'Alicia en el país de las maravillas' que apodaban el Sombrerero Loco? Se trataba de un hombre muy dulce y alegre que gustaba de las fiestas de té. Expresaba abiertamente sus emociones, así como sus cambiantes estados de ánimo. 

Era intrépido, valiente y un habilidoso espadachín capaz de usar sus utensilios de costura como armas en la pelea. 

El Sombrerero Loco era un orgulloso fabricante de sombreros de la Reina Blanca hasta que el mercurio que utilizaba para su elaboración acabó por envenenarlo y dejó de estar en su sano juicio, lo que resultaba más que evidente en medio de una conversación, donde tendía a perder el hilo de sus ideas y a divagar sin control hasta que alguien le llamaba la atención. 

Adquirió el Sombrerero Loco una merecida fama de cabezota, atributo, a veces bueno y en otras no tanto, que comparte con la que se presume también a los búlgaros, un pueblo que estuvo cinco siglos ocupado por los turcos, hasta hace tan sólo 150 años. 

Haciendo gala de su proverbial tozudez, cuando estaban bajo el dominio otomano la mayoría de ellos fueron obligados a cambiar de religión de forma violenta y cruel. 

La manera que tenían los turcos de ‘convertir’ a los búlgaros al Islam consistía en ponerles un cuchillo pegado a la garganta para preguntarles si querían cambiar de religión, de manera que al responder que ‘no’ girando la cabeza de un lado al otro, el cuchillo se deslizaba por el cuello y el infeliz moría. 

De esta manera, hermanos míos, los búlgaros idearon que lo mejor para salvar la vida, además del alma, era hacer el signo de ‘sí’, es decir, moviendo la cabeza de arriba a abajo para no morir, pero pensando en decir que ‘no’. Así se supone que se libraban de la muerte a la vez que se mantenían fieles a sus creencias religiosas como cristianos ortodoxos. 

Ése, dicen, es el origen de que el único lugar en el que los gestos para afirmar o negar son totalmente contrarios a lo habitual sea Bulgaria, donde el ‘no’ se expresa en el lenguaje de los gestos como en el resto del mundo el ‘sí’, y viceversa. 

Así, podemos afirmar, amadísimos discípulos, que uno de vuestros paisanos ha podido andar haciéndose el búlgaro en estos días que ya huelen a carnaval. Sobre todo en Cuevas del Almanzora. Mas, en lugar de enterrar la sardina, este búlgaro devino en arrimar a la suya las ascuas en que tuvo a los 160.000 habitantes de tres comarcas, todo el norte de Almería, desde que acabó el puente de La Purísima. 

Fue entonces cuando se abrieron los montes y sonaron las trompetas para anunciar que un Modesto rabote acabaría representando a su ciudad en el país de las basuras empujado por populares ediles que silbaban mirando al cielo como si esperaran a ver qué llovía. 

Y mirando arriba sólo se ve el cielo que sostiene entre sus manos el Indalo, ese símbolo de Almería en general, y Mojácar en particular, que fue descubierto en una cueva de Vélez Blanco más o menos cuando los búlgaros se sacudieron el yugo otomano. 

Por eso no es de extrañar que el Modesto búlgaro que sostenía el cielo al que silbaban sus paisanos del PP, anduviera asegurando a todo aquél que quiso escucharle, incluso también al que no, que en la asamblea del Consorcio de residuos del Almanzora, Levante y Los Vélez, votaría en sentido diferente al que en el momento preciso optó. 

El Sombrerero Loco era todo un maestro a la hora de divagar y liar a sus interlocutores en medio de cualquier conversación, pero no tuvo oportunidad de medirse con el Modesto rabote, el único ser sobre la tierra capaz de desconcertarle y embrollarle sin necesidad de traducirle al búlgaro. Un auténtico campeón, aunque a nadie en su entorno le llegue nunca la camisa al cuerpo. 

Sus abrazos abrasan y su aliento convierte en escarcha las feroces llamaradas del mismísimo infierno, por mucho que nunca se reconozca. A fin de cuentas, ni tan siquiera es capaz de reconocer el timbre de su propia voz tras brindar con chupitos de mercurio por la salud de los acuerdos rotos. 

El rey del desparpajo, el que sale en todas las fotos, incluso en las que no se echan, ahora tranquiliza al alcalde de Cuevas del Almanzora, regidor que lo es por su voto. Asegura por activa, por pasiva y por perifrástica que nunca apoyará una moción de censura que defenestre al regidor. 

Dicen que, desde entonces, el primer edil de la ciudad anda haciendo acopio de cajas de cartón en las que recoger los bártulos personales que ha ido llevando a su despacho en el Palacio Torcuato Soler Bolea porque sabe que Indalecio Modesto, como el Conde de Romanones, cuando dice nunca, nunca y nunca quiere decir por ahora. Y, después, ya veremos. Vale.




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