Anuncio superpuesto

Aviso Cookies

espacio


Radio Online

Botones

De Bucéfalo, Alejandro Magno y los ediles incompetentes

SAVONAROLA




18·11·2015

Bucéfalo, hijos míos, fue el caballo más famoso de la antigüedad. Vivió hace más de 2.300 años. Su nombre significa 'cabeza de buey' y se le llamó así a causa de la anchura de su frente, que lucía una estrella blanca, y su cara algo redondeada. Aunque no contaba con una estatura en exceso elevada, se hizo famoso por haber llevado a su amo, Alejandro Magno, a todas sus campañas en Asia. 

Alejandro, amadísimos hermanos, tan sólo tenía 12 años el día de su primer encuentro con Bucéfalo. Fue cuando su padre, el rey Filipo de Macedonia, andaba comprando caballos. Contaba el historiador griego Plutarco que la amistad entre Alejandro y el corcel comenzó cuando un tesalino llamado Filónico llevó el caballo para venderlo a Filipo en trece talentos, y habiendo bajado a un descampado para probarlo, pareció áspero y enteramente indómito, sin admitir jinete ni sufrir la voz de ninguno de los que acompañaban a Filipo, sino que a todos se les ponía de manos. Desagradole esto al rey, que dio orden de que se lo llevaran por ser en extremo fiero e indócil, mas Alejandro, que se hallaba presente dijo: 

- ¡Qué pena que tan magnífico ejemplar se pierda por la incompetencia de algunos que no poseen conocimientos ni la resolución necesaria para manejarlo! 

A lo que replicó Filipo, algo molesto por la suficiencia de su hijo: 

-¿Acaso tú lo manejarías mejor que éstos que tienen más años y más experiencia que tú? 

-Por supuesto que sí. Ya verá usted, padre, que lo manejaré mejor que nadie - respondió Alejandro. 

-¿Y cuál ha de ser la pena de tu temeridad -preguntó Filipo- si no lo consigues? 

-¡Por Zeus -exclamó el joven- , pagaré el precio del caballo! 

Echáronse a reír y convenidos en la cantidad, marchó al punto a donde estaba el caballo, tomole por las riendas y, volviéndole, le puso frente al sol, pensando, según parece, que el caballo, por ver su sombra, que caía y se movía junto a sí, era por lo que se inquietaba. Pasole después la mano y le halagó por un momento, y viendo que tenía fuego y bríos, se quitó poco a poco el manto, arrojándolo al suelo, y de un salto montó en él sin dificultad. Tiró un poco al principio del freno, y sin castigarle ni aún tocarle, le hizo estarse quieto. Cuando ya vio que no ofrecía riesgo, aunque hervía por correr, le dio rienda y le agitó usando de voz fuerte y aplicándole los talones. Filipo y los que con él estaban tuvieron al principio mucho cuidado y se quedaron en silencio; pero cuando le dio la vuelta con facilidad y soltura, mostrándose contento y alegre, todos los demás prorrumpieron en voces de aclamación. Más del padre se refiere que lloró de gozo, y que besándole en la cabeza luego que se apeó le dijo: 

-¡Hijo mío, busca un reino igual a ti, porque en la Macedonia no cabes! 

Se dice que desde entonces Bucéfalo sólo se dejaba montar por Alejandro, aunque permitía ser cuidado por sus sirvientes. 

Alejandro fue un gran cuidador de su caballo. Nunca se acostaba sin tener la seguridad del buen cuidado, alimentación y descanso idóneo de su caballo. Estos cuidados explican la longevidad de tan brioso corcel. 

Bucéfalo conocía bien a Alejandro. Relinchaba cuando le oía, y éste le acogía con caricias al llegar y le premiaba con manzanas. 

De naturaleza resistente y muy rápido, Bucéfalo se adaptaba perfectamente a la labor de ser el caballo de un gran personaje histórico. Con una gran doma, entraba en batalla cuerpo a cuerpo con Alejandro y la compenetración entre ambos era admirable. 

Los jinetes de aquella época no usaban sillas de montar, sino solo una especie de manta, y las bridas. A pesar de la incomodidad de cabalgar de esta manera, Alejandro y Bucéfalo recorrieron miles de kilómetros, y lucharon en muchas batallas. En cierta ocasión unos ladrones robaron a Bucéfalo durante la noche, y cuando se enteraron del enfado de Alejandro, devolvieron el caballo. A pesar de haber cabalgado durante tanto tiempo y en tan peligrosas circunstancias, Bucéfalo vivió muchos años. 

Finalmente murió a causa de heridas recibidas en una batalla, el año 327 a. d. J. C. Tenía entonces 30 años. 
Tal fue el dolor de Alejandro Magno ante la pérdida de su caballo, que celebró un solemne funeral y fundó una ciudad en su nombre, “Alejandría Bucefalia” cerca de la tumba de su caballo, al oeste del río Hydaspes, y se cree que este sitio está localizado frente al moderno pueblo de Jhelum, en la provincia del Penjab, al noreste del actual Pakistán, lo cual no debe sorprender si se piensa, ante un mapa del mundo, lo que entre ambos hicieron: un Imperio de más veinte millones de kilómetros cuadrados. 

Lamentaba el más grande gobernante que ha visto la tierra, queridísimos hermanos, con tan sólo 12 años, que la incompetencia de aquéllos en quienes se confiaba un asunto público, como era la compra de caballos, hiciera perder al reino de su padre un activo formidable como era Bucéfalo, el fiel compañero que le llevó a convertir la herencia de su padre en un fabuloso imperio que abarcaba casi todo el mundo conocido. 

Mas no se me parece, hijos míos, menester ni necesario que quienes gobiernan los pueblos, villas y ciudades de nuestra querida comarca, anden en la necesidad de conquistar ámbitos de gestión mayores, pues que, a diferencia de Alejandro, caber, no es ya que quepan, sino que, a todas luces, holgueros les quedan sus cargos. 

¿Qué pensaría hoy el hijo de Filipo de aquéllos a los que el pueblo encomienda la gestión de sus asuntos cuando deciden delegarlo en otros reconociendo su propia incompetencia para desempeñar el encargo para el que han sido elegidos? 

¿Qué pensaría el príncipe macedonio del pueblo que confía la administración de sus servicios a quienes, al ponerlos en manos de otros, manifiestan su ineptitud y torpeza? 

Uno de los peligros que acechan al sistema democrático de gobierno, mis hermanos en Cristo, consiste en el riesgo de que los cargos de responsabilidad acaben siendo desempeñados por incapaces. Eso, mis dilectos feligreses, además de insostenible es gangrena que pudre cualquier edificio desde su cimiento. 

Y, en tanto, causa cuanto menos estupor leer, como escribe más adelante mi querido hermano y compañero Javier Irigaray en estas páginas, que nombres que por definición ideológica habrían de ser adalides de la defensa de lo público, como el socialista turrero Rodrigo Sánchez, o el andalucista veratense Juan López, defiendan la gestión privada, al tiempo que los populares Arturo Grima o Juan Francisco Fernández, exalcaldes de Turre y de Garrucha, a quienes se le presume lo contrario, distinguieran sus mandatos por ‘municipalizar’ servicios como el de limpieza y, además, contradiciendo a sus ‘mayores’ Aznar, Rajoy o Esperanza Aguirre, denodados y activos paladines de la privatización, hagan apología de la gestión pública. 

Todas estas cosas, mis muy amados hermanos, había una vez cuando yo, como el otro Goytisolo, José Agustín, soñaba un mundo al revés. 

Y yo, lo que os digo, hijos míos, es que avivéis el seso, despertéis y votéis a quien sirva para algo. Es posible, amén de humano, errar, pero votar al que de sí ya os dice que no sirve para desempeñar el cargo que le encomendáis, es para que os lo hagáis mirar. Por ahora, vale.

No hay comentarios :

Publicar un comentario

 
© 2014 Comunicación Vera Levante, S.L. Todos los derechos reservados
Aviso legal | Privacidad | Diseño Oloblogger
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...